España ha ido deteriorando su cohesión como país avanzado europeo desde aquellos bombazos en Atocha en 2004, dando entrada a uno de los políticos más nefastos y pérfidos de la reciente historia de España. Afectó incluso a un Partido Popular que se deshacía de forma inmisericorde de todos aquellos que mostraran rasgos significativos de conservadurismo o de pertenencia a la etapa de Aznar. Rajoy ha sido y es pésimo para construir país, pero ha sido excelente para proseguir el despiece (descuajaringamiento) iniciado por ZP.

Todo ello ha tenido profundos efectos en la educación, que por cierto pasó a ser competencia de las autonomías por obra y gracia de Aznar, que cometió aquí uno de los mayores errores históricos.

Inicialmente quiso imponerse el Catecismo Socialista o la educación del espíritu socialista, pero no ha sido solo esto. En al menos dos autonomías se decantaron abiertamente por el adoctrinamiento tribal de los alumnos. No se trataba solo de hacerlos más catalanes, vascos o gallegos (Galeusca, por la contracción de los topónimos de Galicia, Euskadi y Cataluña), aprendiendo los idiomas regionales, su historia y geografía: se trataba de hacerlos más hispanófobos o más antiespañoles, donde el idioma solo sería el rasgo diferenciador que blindaría su carácter de confrontación.

De este modo llegamos a una estrategia de adoctrinamiento antiespañol como forma de asnalizar (con una ese) a las nuevas generaciones. Es tan coherente como imperdonable que partidos o agrupaciones como Podemos, Nacionalistas y los socialistas de España apoyen ciegamente estas prácticas.