Este domingo, que es el Domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo A, y también es la Jornada Mundial de las Misiones, Día del Domund, sobre el cual escribí mi artículo del domingo pasado para animaros a que fuerais colaboradores de la Misión Universal de la Iglesia, es también el día de la fiesta de San Juan Pablo II, que fue Papa casi 27 años, el tercer Papa con más tiempo de pontificado, y que murió el 2 de abril de 2005. Se le puso esta fecha teniendo en cuenta que el 22 de octubre de 1978 fue el inicio de su pontificado. Fue beatificado Por Benedicto XVI el 1º de mayo de 2011 y canonizado, junto con otro buen Papa, San Juan XXIII, el 27 de abril de 2014 por el Papa Francisco.

Tuve la suerte y la fortuna de participar en esas dos celebraciones, y en mi vida sacerdotal trabaje casi 12 años cerca de él, colaborando en sus tareas de lengua española y acompañándole en muchos de sus viajes por el mundo, el último de los cuales fue a Madrid los días 3 y 4 de mayo de 2003.

Fue, además, muy generoso y atento con mi familia, con mi madre, con mis hermanos y sobrinos, a los que recibió varias veces y siempre dedicó unos gestos de amor y caridad esplendidos. Por ejemplo, la primera vez que le presenté a mi madre, que iba vestida de luto, me preguntó: «¿Y dónde está tu padre?». Y le dije: «Ha muerto hace unos meses, el pasado 10 de diciembre de 1993». Y entonces Juan Pablo II dijo: «Pues recemos un responso en su sufragio». Ese es uno más de los gestos de amor y estima que he ido viéndole en mi tiempo de cercanía con él y procurando aprenderlos para poder servir también yo bien a los demás.

En nuestra Catedral he puesto una imagen suya para que los fieles y los turistas que la visitan la vean, le recen, obtengan sus gracias. Y veo con admiración y satisfacción como la inmensa mayoría de visitantes de nuestra Catedral se detienen ante esa estatua, le rezan, se fotografían con él, tienen gestos de estima y admiración.

Sacerdote de cuerpo entero, maestro, liturgo y pastor; promotor de la caridad, visitador de casi todo el mundo para anunciar y proclamar el Evangelio, animador de los jóvenes, organizando las Jornadas Mundiales de la Juventud, defensor de la familia, del matrimonio; defensor de la paz y de la vida humana; valiente y fuerte en los momentos de la enfermedad y de la muerte.

Recuerdo que cuando acabo su funeral en la Plaza de San Pedro, cuando empezaron a retirar el cadáver en la ataúd sencilla en que estaba, un hombre empezó a gritar: «Santo súbito», que quiere decir: «Santo enseguida» y esa frase la recogimos todos y la gritamos mientras su cuerpo iba hacia el interior de la Basílica de San Pedro donde iba a ser enterrado.

Y el Papa Benedicto primero y después el Papa Francisco han dado los pasos para que fuera declarado santo, habiendo hecho algunos milagros aprobados como dispone la legislación.

En el capítulo 16 del Evangelio de San Mateo tenemos el hecho de que Jesús instituye la figura del Papa en la persona de Simón, al que le cambia el nombre por el de Pedro: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Desde entonces en la Iglesia hemos tenido 266 papas, siendo el actual, como lo sabemos, admiramos y obedecemos, Papa Francisco. Que la fiesta de un Papa, en este caso San Juan Pablo II, nos haga, pues acoger las enseñanzas y ejemplos que nos dejan los Papas a lo largo de la historia y sentirnos siempre cercanos al Papa del momento.