Jesús, en la parábola del banquete de bodas nos da a entender que Dios Padre llama a todos los hombres a la salvación. El banquete representa el Reino de los Cielos. Pero puede darse un rechazo voluntario a esta invitación. Dios respeta nuestra libertad y podemos elegir el bien o el mal, por esta razón somos responsables de nuestros actos. Dios nos ama a todos y quiere nuestra salvación; desea que todos seamos felices en el tiempo y en la eternidad. Pero debemos preguntarnos si nosotros somos de los que con nuestro modo de vivir, estamos rechazando esa invitación. Si, por desgracia, fuera así, el Señor nos avisa que todavía estamos a tiempo de cambiar y de revestirnos de la gracia de Dios para poder participar en el Eucaristía que, celebrada con amor, nos lleva a la gloria del cielo. El traje de bodas, significa, en general, las disposiciones con las que se ha de entrar en el Reino de los Cielos. Estas disposiciones son, resumiendo, la correspondencia a la gracia.

El Concilio Vaticano II recuerda la verdad de los novísimos: muerte, juicio, infierno y gloria. El Concilio invoca la advertencia del Señor de que estemos vigilantes. Como no sabemos ni el día ni la hora, nos dice el Señor, debemos vigilar constantemente si queremos ser contados entre los elegidos, y evitar ser arrojados al fuego eterno. Estas palabras no contradicen, en modo alguno la voluntad salvífica universal de Dios. Recordemos que Cristo nos amó y se entregó a si mismo por nosotros como oblación y víctima. No obstante, Dios, en su infinita sabiduría, respeta la libertad del hombre.