El catalanismo tiene una parte espiritual y luego tiene una parte económica. La batalla espiritual la han ganado, pues asfixiando poco a poco a los no creyentes y apoyándose en los radicales catalanistas de derecha y en los de izquierda. Es verdad que Cataluña tiene un riquísimo poso cultural, como también lo tiene Baleares, pero también es verdad que gran parte del victimismo que posibilita la chapuza que estamos viendo estos días no tiene ninguna base hoy. La tuvo en tiempos de Franco, pero hoy ese victimismo es humo: es que hoy no hay instituciones catalanas o no se puede escribir en catalán, es que hoy los impresos de lo público no están en catalán, es que hoy se desprecia la cultura catalana, es que hoy no puedes votar al partido que quieras y ser todo lo independentista que quieras. Entonces, ¿a qué ese victimismo flotante?, pues porque es necesario para montar ese pollo místico que ha funcionado muy bien: pillar a la plebe y lanzarla contra lo que sea es hoy muy fácil en España dado el analfabetismo funcional que lo anega todo. Pero tras ganar la batalla espiritual viene la realidad, y en la realidad no se levita, los pies tienen que estar en el suelo: y la realidad es que el Banco de Sabadell, Caixabank (que se viene a Palma), Freixenet y otras empresas con mucho seny y de la Catalunya histórica, que podrían incluso haber sido noveladas por Ignacio Agustí, se largan de su terruño. O sea, tenemos parte de Cataluña en la nube, en la peluquería haciéndose el pelocazo como Anna Gabriel, y tenemos otra Cataluña con los pies en el suelo, mejor dicho que está poniendo los pies en polvorosa: fin del procés.