En un tiempo en el que la retórica del chauvinismo Macià-Companys arroja tiestos mortíferos, la rojigualda busca el sostén de sus gentes para ser abanderada sin tedio por en medio de las calles. Por eso fue meritoria la jura de bandera celebrada ayer en Santa Eulària con más de 400 civiles, quienes sellaron su compromiso con la Nación y con todo lo que representa. El millar de españolistas que dominguearon en la Villa del Río, vociferaron sin rubor el ¡Viva España! iniciado por los militares de la Infantería del Regimiento Palma-47. Sobre el terreno se dieron cita mozas cuidadas de maquillaje, canosos curados de espanto, padres con menores que ondearon sin rubor su bandera de España y gerifaltes de la sociedad ibicenca, autodefinidos como verdaderos demócratas. Los disentidos rompieron la invitación y se quedaron entre sábanas releyendo a Gramsci, Goytisolo o Chomsky. «La jura de bandera crea más división social». Eso pensaron los morados. Más que confrontación, el acto permitió que más de un millar de ibicencos (de todos los municipios, no sólo santaeulalienses) hicieran gala de un patriotismo que mira a lo progre, a lo más plus, con melancolía.

La jura de bandera en Santa Eulària se convirtió en un acto solemne. Emocionante. Único. Oportuno. En definitiva, por España. Los despistados se enteraron de que estaban en España a ritmo de cornetas y tambores con sable al frente. Dirán que el acto de jura de bandera es facha. Y con orgullo de serlo. Digan lo que digan, los patriotas fueron porque les dio la real gana de jurar la Constitución, las leyes y el sistema democrático en que vivimos. Sienten como propias las tradiciones, las costumbres y la lengua. Incluso trabajan por coser las diferencias. Otros las utilizan como arma somnífera. El 8-O será recordado como el día en que millares de ibicencos celebraron una nueva victoria de España. No de La Roja. Ésta vez la del sentimiento de unidad y la de un Ejército que busca gancho.