En esta olla de pensamientos, de enfados, de insultos, de interpretaciones, de opiniones y de discusiones en la que se han convertido las redes sociales da la impresión de que solo hay dos caminos, cuando los destinos son infinitos.

Hablamos de un Facebook en el que amigos, que nunca fueron más que conocidos, se bloquean, y de un Twitter cuajado de insultos. Una cazuela de ira transcrita en palabras cuyo contenido es extrapolable a una calle cada vez más llena y más vacía.

Hoy solo puedes ser independentista o facha. No hay matices, opciones ni colores. O blanco o negro, a lo sumo azul o morado, ya que el rojo y el naranja no son opciones para quienes tienen los oídos tapados y los ojos secos. No sé ustedes, pero yo estoy francamente cansada de que nosotros, los que no nos casamos con unos ni con otros, no tengamos derecho a dar un golpe en la mesa para recordarles a los que afirman pensar por la mayoría y actuar en beneficio de todos, que algunos nos sentimos simplemente ciudadanos inteligentes, abiertos, plurales y autónomos y que no necesitamos que nadie guíe nuestros pasos ni que nadie piense por nosotros.

Escuchamos a críos de 20 años evocar a Franco como si los 40 años de democracia que hemos disfrutado desde su muerte no hubieran existido y tenemos que aguantar que mocosos intelectuales, desconocedores de la historia de nuestro país e ignorantes recalcitrantes que pasean sin pudor sus carencias y nos acusen de fascistas por decir que nos sentimos orgullosos de ser españoles.

La bandera de España no representa a ningún partido y por supuesto no enarbola los rescoldos de ninguna dictadura. Lamentablemente parece que hoy es solo la metáfora de una piel de toro raída que se resquebraja por la falta de valor de quienes no han sabido escuchar sus latidos y frenar a tiempo su ruptura. La bandera de España no es la alegoría de la ausencia de diálogo, ni el reflejo del inmovilismo de los toros que no ven más allá de sus plazas, simplemente el símbolo no político de un país, el nuestro, el de todos, con nuestras diferencias y nuestras similitudes.

Lo que he visto estos días, leído y sentido me llena de pena. Últimamente mi cuarto de sangre catalana hierve mucho. Hasta hace poco estaba orgullosa de mis raíces, alimentadas por varias comunidades autónomas, lo mejor de cada casa, como dice mi madre, y las enarbolaba a los cuatro vientos. Hoy parece que tengo que disculparme por ello, que adolezco de impureza y que ser de varios destinos te hace paria en vez de rico. ¡Qué vamos a esperar de quienes se han metido incluso con Machado o con Serrat, tal vez por no escuchar o cantar lo suficiente sus versos!

Las palabras más inteligentes que he escuchado en televisión no han venido de un filósofo, de un político ni de un periodista, sino de un tenista que en vez de echar pelotas fuera ha respondido con la sinceridad y la coherencia con la que poca gente ha golpeado una realidad teñida de ideologías. Rafa Nadal ha sido claro y conciso: «Ver a la sociedad en general, no solo la catalana, tan radicalizada, me sorprende y a la vez me desilusiona». A mí también.

Escuchar a amigos, a gente que considero lúcida, tan oscura estos días, me da incluso miedo. Aquí o eres independentista o eres un facha, o estás conmigo o estás contra mí, y en sendos supuestos todos perdemos.
Nadal ha sabido resumir lo que muchos pensamos: que no es el momento de buscar culpables, aunque sí los hay, y que «aunque haya momentos en los que todo parezca imposible, que no hay arreglo, la solución es muy simple: querer arreglarlo».

Rafa Nadal, el mejor deportista español de nuestra historia, un chico humilde, sincero e inteligente de aquí, de casa, ha afirmado que «aunque las guerras normalmente las hacen los poetas, al final ha habido gente que ha querido manipular información encendiendo más de la cuenta a la sociedad y eso ha generado un caos que no debería suceder en el siglo en el que estamos y en un país pacífico en el que siempre hemos convivido en paz”.

Rafa, yo, como tú y como muchísimas personas de estas islas, de este país y de cada una de nuestras comunidades autónomas, estoy orgullosa de ser española. Adoro cada una de sus 52 provincias y aprecio la magia de sus 8.124 municipios que espero conocer de primera mano a lo largo de mi vida. Sufro con cada incendio, con cada temblor y con cada asesinato de género. Nosotros, los que nos sentimos españoles y llevamos el latido de Cataluña dentro, nos henchimos al poder decir cuando salimos de “casa” que vivimos en un país en el que tenemos todos los climas, todas las gastronomías, una fuente de cultura inagotable, cuajada de un patrimonio único en el mundo. Yo soy española, nacida en Burgos y enamorada hasta la médula del Mediterráneo, fan absoluta de Córdoba, apasionada de Granada, seducida por San Sebastián, cómplice de Madrid y amante de Barcelona. Yo soy castellana y hablo ibicenco, he pescado en O´Grove, he llorado en el teatro de Mérida y he vuelto a la vida con la naturaleza de Oviedo. Eso es, como dice una carta que corre como la pólvora en Facebook, ser española; lo otro es, simplemente, política.

Barcelona, yo estoy contigo y no quiero estar sin ti. Amigos, que nadie piense por vosotros.