Un año más hemos tenido la suerte de celebrar dignamente las fiestas de los patronos de nuestras Islas de Ibiza y Formentera, la Virgen de las Nieves y San Ciriaco, diácono y mártir, santos que hace casi ocho siglos ayudaron a que nuestras Islas fueran espacios cristianos. Y a lo largo de todo el año en los distintos pueblos de nuestras Islas las celebraciones de los santos titulares nos van ayudando a ver y comprender la vida y enseñanzas de esos santos cristianos que nos enseñan, ayudan y protegen para que seamos buenos cristianos, es decir, personas con fe, con esperanza y caridad.

Y quisiera insistir en la importancia de la práctica de la caridad, que las fiestas y la celebración de los santos nos hagan más caritativos, como a ellos y a nosotros nos enseña Jesús. Cuando alguien a Jesús preguntó cuál es el primero de todos los mandamientos, Él respondió con total claridad y suma autoridad: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: «amarás al prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos» (Mc 12, 29-31). Y los Apóstoles, testigos del Señor, nos han trasmitido con fidelidad esas palabras suyas hasta el derramamiento de su sangre en el martirio. Quedaron grabadas a fuego en su vida y en su mensaje. Así, San Juan, en su Evangelio y con mucha insistencia en sus cartas, subraya que debemos amarnos como Cristo nos ama: «En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» (1Jn 3, 16). Y eso que los apóstoles vieron y oyeron es lo que anunciaron «para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1, 3).

El amor cristiano al prójimo, a todos los demás sin excepción, es fundamento de la vida cristiana y tiene innumerables manifestaciones tanto en las relaciones mutuas entre los fieles como en la vida en sociedad de esos mismos fieles.

Cada persona es imagen de Cristo y ha sido creada por voluntad de Dios, con la colaboración de sus padres naturales. Ello debe generar un movimiento de apertura y de servicio de cada fiel hacia los demás, amándolos con el mismo amor con que nos amó y ama Jesucristo, buscando generosamente el bien de todos y comprometiéndose en la edificación de una vida eclesial llena de amor, pero también de una vida social, económica y política, justa, conforme a la dignidad de cada hombre y cada mujer que pueblan la tierra, creados a imagen y semejanza del mismo Dios. El amor cristiano al prójimo implica un corazón misericordioso, acogedor, magnánimo que sabe compadecerse y ponerse a la altura de las necesidades de los demás. La misericordia cristiana es un factor indispensable para plasmar las relaciones mutuas entre los hombres en la justicia, el respeto y la concordia, para crear un ambiente propicio para la vida eclesial, familiar y social.

Insisto, el amor cristiano es un amar de verdad, sin hipocresías, ni tapujos al otro, como hermanos, con el mismo amor con el que nos ama Jesucristo, buscando el bien del otro y comprometiéndonos en primera persona en la edificación de su Reino, que lleva consigo también la edificación de una vida social, económica y política justa y digna del hombre, conforme al designio de Dios. Esto último es, lógicamente, tarea de todos los fieles, pero específicamente de los fieles laicos, y supone una formación seria, constante y respetuosa de las diversas soluciones que un mismo problema social, económico o político puede comportar. No solo la justicia, sino también la misericordia y el perdón son actitudes indispensables para plasmar las relaciones mutuas en la comunión, el respeto y la concordia. Que las fiestas de nuestros Santos Patronos, modelos maravillosos de ser cristianos, nos hagan ser caritativos y generosos como ellos, que sea este el resultado bueno de estas fiestas.