Hace algún tiempo, el periódico «El Mundo» publicó una carta al director de una Licenciada en Derecho que se mostraba indignada por el hecho de que nadie estuviera dispuesto a contratarla pese a que su título «era tan válido como cualquier otro»; se quejaba amargamente de que le preguntaran invariablemente si tenía conocimientos de idiomas o algún master de especialización. «¿Acaso no soy Licenciada en Derecho? ¿Por qué se me exigen otros conocimientos?», se preguntaba la joven.

La patética carta revelaba los estragos del todo a cien de una LOGSE que ha permitido acceder a estudios universitarios a auténticos analfabetos funcionales que siguen siéndolo tras pasar por la facultad correspondiente y que, en un sistema educativo no contaminado por ideas igualitaristas perversas y basado en el mérito, hubieran sido desviadas a otro tipo de estudios menos renombrados y más útiles. Esa estafa deliberada en nombre de la «igualdad de oportunidades» ha creado una gran capa de resentidos que, como la joven de la carta al director, descubren indignados que su titulación no vale para nada y han de encontrar trabajo muy por debajo de su supuesta capacitación; esa capa de resentidos semianalfabetos ocupa hoy un espacio político por derecho propio y pretende imponer sus desvaríos totalitarios a una sociedad por la que se siente estafada. Tienen razón quienes aseguran que nunca antes la representación parlamentaria había reflejado tan fielmente la realidad de la sociedad española. La llegada al poder de esa patulea de iluminados, ignorantes y mediocridades era cuestión de tiempo y ese tiempo llegó; la búsqueda de soluciones mágicas en la radicalidad es la respuesta de unas generaciones cuya mediocridad ha sido deliberadamente generada por gobernantes socialistas cínicos a los que el tiro les ha salido por la culata porque en sus propias filas han medrado personajillos que carecen de la más mínima formación que les permita comprender qué es un Estado y mucho menos gobernarlo: hoy son muchos los que creen que los dos nefastos experimentos republicanos fueron oasis de paz y concordia aniquilados por fuerzas reaccionarias; muchos los que están convencidos de que la «España de las Tres Culturas» fue un periodo de esplendor y paz social al que durante siete siglos (nada menos) se opusieron las mismas fuerzas reaccionarias de siempre y muchos los que piensan que hay que avergonzarse del Descubrimiento de América que condujo al exterminio de pacíficos aborígenes de los que no queda ni rastro hoy en día, como puede comprobarse a la vista de las pocas decenas millones que han subsistido milagrosamente al genocidio al Sur del Río Grande y las decenas de miles que, lógicamente, han pervivido al Norte.

Eugenio D’Ors recomendó al camarero que derramó champagne sobre él que hiciera «los experimentos con gaseosa»: un buen consejo que nuestros gobernantes de antaño no supieron aplicar en su día y por ello generaron podemos, mareas, colauatos, carmenatos y demás anomalías antidemocráticas que hoy amenazan nuestra convivencia y que, de consolidarse en el poder, la aniquilarán sin dudarlo un instante.