Lo mejor es el espacio que queda entre una justa medida de recuerdo y de olvido. Y que este espacio entre ambos no sea demasiado doloroso, que pueda ser soportado por todos, que no impida un porvenir de paz, respeto y reconciliación. El rencor es ajeno... Arte de la memoria, arte del olvido. Primero reconocer la culpa. Luego, el perdón». Lo escribía hace poco el escritor y ex ministro de Cultura, Cesar Antonio Molina. En el momento en que estamos recordando la liberación de José Antonio Ortega Lara y el asesinato, cobarde como todos los de ETA, de Miguel Ángel Blanco, la gran lección no la están dando los políticos -otra terrible ocasión perdida- sino las víctimas. Otra vez más.

No puede presentarse nadie como defensores del pueblo y denigrar a las víctimas. No se puede ofender de esa manera al sentido común. Me da igual que sea la alcaldesa de Madrid, un regidor socialista de no sé dónde o un concejal de Podemos. Hay que estar con las víctimas siempre. Con todas, claro, pero también con cada una. Y, desde luego con los símbolos que han servido para cambiar una dinámica de sometimiento y de miedo. Esta sociedad y esta clase política han sido injustas con alguien como José Antonio Ortega Lara y lo está siendo también con Miguel Ángel Blanco. Y al serlo con ellos lo están siendo con todas y cada una de las víctimas.

Decir que no hay que personalizar en nadie una tragedia como la del terrorismo o que no hay que hacer víctimas de primera o de segunda es una falacia que se vuelve contra quienes lo dicen. ¿Recordar a Miguel Ángel Blanco es olvidar a todas las víctimas? En el caso de Manuela Carmena, ¿habría que suspender el homenaje que cada año se hace a los abogados de Atocha asesinados en 1977 -ella pudo ser entonces víctima de esa atrocidad- porque se les convierte en víctimas de primera frente a otros asesinados que no son recordados?

El asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó el despertar de una sociedad dormida y cobarde, de una sociedad vasca que vivía bajo vigilancia y con miedo al delator. Todavía la mayor parte de los asesinos, encarcelados o no, y de quienes los apoyaron, protegieron y ocultaron no han pedido perdón a las víctimas. Durante estas décadas de asesinatos por la espalda, y hoy, cada día, las víctimas han dado un ejemplo de reconciliación. Si ha habido rencor, si lo hay, se lo comen en silencio. Pero siguen instalados en ese espacio doloroso de la pérdida, esperando la petición de perdón para que pueda haber paz. La ausencia de violencia, de asesinatos, de sangre inocente no es paz. En esta inútil, terrible, sangrienta historia de ETA los únicos que han mantenido su dignidad son las víctimas.