O eres puro, o te señalan. La política se ha convertido en un lodazal de hermanos de la pureza. O asume uno los principios (en el caso de que sean principios y no un atajo de finales totalitarios) de Pablo Iglesias o del graduado social Rufián, o es uno un impuro, ¡pues que se le va a hacer! El rodillo estalinista cabalga de nuevo. Y quien no está con ellos, está contra ellos. Nos obligan a compartir el porro, y somos muchos los que nos negamos a tener unos políticos de tan baja calidad democrática como estamos viendo estos días a la hora de homenajear a políticos con vocación (muchos de ellos tenían sus despachos profesionales y donde caerse muertos) que con más luces que sombras hicieron aquella Transición del franquismo a la Constitución tan sumamente complicada. Aquellos políticos eran mucho mejores que los que tenemos hoy, o por lo menos lo hicieron en política con más clase y educación que estos ex-escracheadores que van al Congreso a ejercer algo tan sesudo como barruntar insultos. Aquellos políticos tenían cabezas muy bien amuebladas, no eran una atajo de adoctrinados desatados, pero eso sí son vistos ahora como impuros. Pero no sólo son impuros los que no pertenecen al mundo antisistema, sino también dentro del nacionalismo hay mucho impuro, como el conceller Baiget, y así lo ha dicho no un españolista sino Josep Martí Blanch, que fue secretario de Comunicación con Artur Mas. Éste ha escrito que “el cese de Baiget responde a la actualización diaria del test de pureza que toda revolución practica… cada vez menos pero más puros”. Y en eso estamos en el renacimiento de las sectas y de los puros: ¡ciudado con los puros, suelen ser los más impuros!