Quienes no han visto discusiones políticas de uno de los mejores programas de televisión, La Clave, y quienes no disfrutaron el nivel parlamentario del congreso en los tiempos de la Transición con diputados, a siniestra y diestra, como Tamames o Abril Martorell, muchos de ellos con una extraordinaria formación jurídica y económica, y debates muy intensos, ideológicos, pero a la vez muy técnicos, puede llegar a la conclusión de que Irene Montero lo hizo hasta bien el otro día en la moción de censura o que Iglesias cantó las verdades del barquero. Si no hay con qué comparar, hasta lo de la moción de censura pudo parecer un debate, en realidad no lo fue. Más bien fue un gallinero chocarrero que debería avergonzarnos a todos. Nunca la política ha estado en niveles tan bajos y lo peor es que parece que no hemos tocado suelo. Cualquier puede ser diputado. Lo que se dice en el bar con los colegas tomando unas birras o apurando unos petas sirve igualmente para subirse a lo alto del hemiciclo y decírselo a un país entero que mira absorto y embobado (circo y pan). Entre la casta y la anticasta estamos apañados. Los primeros en su choriceo han abierto las puertas a los segundos y los segundos, en su océano de naderías, arreglan el país llamando franquista, corrupto y machista a Rajoy y su cuadrilla que además van a los colegios de los ricos. Propuestas podemitas serias (cuantificadas, estudiadas, dotadas económicamente), ninguna. Que se paga mucha luz, eso ya lo sabemos, pero si vas a cambiar el modelo energético tendrás que explicar cuánto cuesta desmontar eso y cómo vas a pagar lo que venga después. Un país no funciona a base de cainismo huero. Y en eso estamos instalados.