Hoy contemplamos el misterio de Dios que se nos ha revelado en la Sagrada Escritura: Un solo Dios verdadero y tres Personas distintas y divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la 1ª lectura del Antiguo Testamento ya se nos revela como un Dios compasivo y misericordioso. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna. Toda nuestra santa religión es una revelación de la bondad, de la misericordia, del amor de Dios por nosotros. Dios es amor, nos dice San Juan en su primera carta. Todo se resume en esta gran verdad, que todo lo explica y todo lo ilumina. San Pablo en su carta a los Gálatas escribe: Jesús me ha amado y ha muerto por mí. Cada uno de nosotros podemos afirmar lo mismo. Cristo ha muerto por mí. La entrega de Cristo constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor. Si Dios nos ha creado, si nos ha redimido, si nos ha dado a su Hijo, ¿ cómo no va a desear que lo tratemos con amor?.

El hombre no puede vivier sin amor. Si no ser revela el amor, sino se encuentra con el Amor, permanece para si mismo un ser incomprensible. La persona humana debe asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a si mismo. Jesús exige como primer requisito para participar de su amor la fe en Él. Con ella pasamos de las tinieblas a la luz y entramos en camino de salvación.

Cristo revela el misterio de Dios. Después de ser bautizado en el rio Jordán, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido" ( Mt.3,16-17).

Al Padre, al Hijo y al Espíritu, acorde melodía eterna, honor y gloria por los siglos canten los cielos y la tierra ( Del Himno de Laudes). Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espirítu Santo.