El pasear actualmente por Vara de Rey contagia triste decepción y grave riesgo de insolación. Temí la reforma (por faraónica e innecesaria) en sus orígenes; actualmente me espanta. Y el polémico árbol solar me parece un adefesio como esos que decoran el 99% de las rotondas.

Naturalmente que sobre gustos está todo escrito. No dudo de la buena fe de los temerarios responsables, pero también el infierno está lleno de buenas intenciones. Algo con semejante impacto necesitaba mayor consenso y sensibilidad más allá de la cultura de patinete.

Y luego está la delirante reordenación. La nueva ubicación de las terrazas es un despropósito. Los camareros ya no sortean los coches, pero deben atravesar la marea humana porque, ahora que hay más espacio, les prohíben colocar las mesas junto a la fachada, tal y como habían hecho toda la vida.

¡Y qué decir de la librería! Tampoco dejan ya poner a la vista los seductores muestrarios de libros, diarios y revistas. Será porque los burrócratas piensan que nadie lee nada, lo cual les conviene.

El paseo adquiere así una estética minimalista vulgar y provinciana, cuando siempre había tenido su gracia y hermosura.

Una dama ibicenca me explicaba que trataría de no pisar Vara de Rey en cinco años. Mantiene la esperanza de que el tiempo, las gentes y el arbolado armonizarán un paseo actualmente desangelado. A la entrada del Montesol me encontré con el arquitecto Javier Olaso, absolutamente horrorizado con la reforma. Pero ahora toca, todos a una, sin paletas imposiciones de políticos sin gusto, embellecer el paseo.