Tranquilícense todos. Que nadie se ponga nervioso. La secretaria de Estado de Turismo, Matilde Asián, asegura que algún día habrá Parador de Turismo en Vila, pero como es algo que depende de varias administraciones, Ajuntament de Vila, Consell d’Eivissa y Gobierno de España, pues las cosas de palacio van despacio y no hay forma de concretar cuándo se reanudarán las obras. Entre el Cetis y el Parador, los habitantes de la isla andan un poco desanimados porque no hay forma de ver la luz al final del túnel. Si añadimos a esto la construcción del nuevo edificio de los juzgados, que quizás en 2020 estará terminado, aunque eso no hay forma de saberlo a ciencia cierta, pues al final uno tiene la sensación de que Eivissa es El Escorial, donde las obras son eternas y nunca se terminan.

Igual de alucinantes son las obras de emergencia que se llevan a cabo para reforzar el acantilado de sa Penya, cuya erosión pone en peligro la muralla y la Casa Broner. 2,3 millones de euros para proteger 3.000 metros de talud, inyectando hormigón a alta presión e instalando doble mallazo para evitar desprendimientos y levantando una nueva escollera de 1.080 toneladas que proteja el acantilado del oleaje. Para llevar a cabo esta gran obra de ingeniería, ha habido que construir un camino de tierra por el que los camiones puedan llegar hasta la playa de Baix sa Penya. Y nada de esto cuenta ahora mismo con la declaración de impacto ambiental, pese a la magnitud de la obra. Los hay que sin ningún dato científico, achacan la erosión del acantilado a la construcción del dique de Botafoc. Dicen que aquello cambió las corrientes marinas en la boca del Puerto de Vila. Nada dicen de cómo va a afectar al entorno lo que se está haciendo. Los cornetas del Apocalipsis hacen sonar sus trompetas sólo a ratos, según sea quien manda hacer las obras.