No descubro nada cuando digo que conducir un vehículo de cuatro ruedas por las carreteras de la isla es un ejercicio que pone a prueba la mayor de las paciencias. En esta cuestión, los conductores que soportan las eternas colas de la carretera de Santa Eulària se llevan la palma pero no son los únicos. Si en temporada alta tenemos que sobrevivir a la marea de coches que inundan las carreteras, en invierno, con muchísimos menos coches, la cosa no va a mejor. Por una cuestión o por otra, nuestras carreteras son campos de minas trufados de pequeñas obras en mitad de nuestra ruta que multiplican la duración del trayecto.

Ayer, sin ir más lejos, a primera hora de la mañana, se formó un gran colapso en la carretera de Sant Antoni en dirección a Ibiza. Todo hacía presagiar que una catástrofe se había producido en Ibiza porque la larga cola de coches llegaba casi hasta Sant Rafel. La sorpresa llegó cuando, después de recorrer la recta final de la carretera a ritmo de caracol y hacer un trayecto que normalmente cuesta un par de minutos en más de veinte, ni habían explotado las torres de GESA ni se había producido un accidente múltiple. Una señal alertaba de unas obras que se estaban realizando en el carril izquierdo. La velocidad de crucero que, a esa altura se alcanzaba, resultó ser inversamente proporcional al cabreo de los conductores al comprobar que la obra en cuestión no eran más que unos supuestos trabajos de mantenimiento de la carretera que produjeron un colapso mayor que en pleno mes de agosto. Unas labores necesarias, sin duda, pero que podrían programarse con un poquito más de cariño para no fastidiar a las decenas de conductores que tienen que fichar en sus trabajos a primera hora de la mañana y a los padres que llevan a sus hijos al colegio a Vila.