En este domingo en toda la Iglesia se celebra la fiesta de San José, una fiesta importante porque nos presenta a la persona que Dios eligió como padre en la tierra en su venida para nuestra redención y salvación. Es una persona que nos enseña que escucho la Palabra de Dios, la acogió, la cumplió y como consecuencia sus obras en los años de estancia en la tierra fueron buenas y a favor de Dios y de todos.

Muchas personas llevan en nombre de José, Josefa, de Pepe, Pepita y en este día celebran su onomástico. A todos, entre los que se encuentran mi padre, mi madre, mi hermano, mi abuelo, primos etc., así como muchos amigos, mi más cordial y fraterna felicitación. En nuestra Diócesis, además, esta fiesta tiene una importancia grande en San Josep de Sa Talaia, cuya parroquia está dedicada a este Santo y cuya imagen la podemos ver en tantas de las demás parroquias. Por eso, hoy quiero compartir con vosotros un poco de reflexión sobre San José.

San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y de ser esposo virginal de la Virgen María. Como sabemos no era el padre natural de Jesús, quién fue engendrado en el vientre virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios, pero José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!

Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos muchas palabras expresadas por él, pero sí conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo.

En San José aparecen muchas virtudes, que se concretan en las obras de su vida; así, vemos en él: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Cumplió con amor y entrega total, el encargo que, en beneficio de la humanidad le confió Dios con total fidelidad. San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de S. José Obrero, celebrada el 1 de mayo, presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales.

San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre, del mismo modo que ejerció sobre María, virginalmente, las funciones y derechos de verdadero esposo. Ambas funciones constan en el Evangelio. La relación de esposos que sostuvo San José con la Virgen María es ejemplo para todo matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús.

En Belén tuvo que sufrir con la Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el Jesús, Hijo de Dios, y él los atendía a los dos como verdadero padre. Cuál sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y más tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: «Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él». (Lc 2,33). Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado. San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto.

Un santo, pues, lleno de buenos ejemplos de fidelidad a Dios, de amor a su familia con los necesarios cuidados. La devoción del pueblo a San José hizo que El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870

Que todo ello, al meditarlo hoy nos ayude a aprender de Él esos buenos beneficios. Y así haremos una Iglesia y una sociedad mejor.