La feria de turismo ITB de Berlín de este año no pasará a la historia como la más animada ni como la que más euforia ha levantado. Todo lo contrario. Los expositores echaban de menos el trajín de gente que otros años pasaban por los diferentes stands de Baleares y la euforia con la que se recibía cada previsión que los mayoristas compartían, no sin recelo.

Como quien mira el fútbol, todo el mundo tenía su propia teoría para explicar qué estaba pasando: que este año España estuviera situada en un sótano de uno de los recintos feriales más grandes del mundo, que nuestro stand no daba al pasillo central sino a un lateral e incluso, había quien decía que la iluminación no era la más adecuada en un sitio donde llamar la atención representa un 90% de las posibilidades que tenemos de poder captar nuevos clientes. Sin embargo se oía poca autocrítica a los mensajes que desde las instituciones, la prensa y la propia sociedad nos hemos dedicado en los últimos meses a gritar a los cuatro vientos haciendolos llegar al turista que luego pretendemos que nos visite.

Hablo de las críticas a los precios caros, la saturación en carreteras y playas, la falta de infraestructuras… Estos fueron algunos de los temas por lo que se le preguntaron a los turoperadores, mostrando nuestras vulnerabilidades a quien debemos convencer que valemos lo que costamos y dando una imagen que, tal y como dijeron los propios mayoristas, sus clientes dicen no percibir. Hemos conseguido que en Berlín se hable más de nuestros problemas y de la turismofobia que existe en ciertos sectores que de inversiones, fidelización de clientes y aumento del gasto turístico. Hay cosas que se han hecho mal, pero vale la pena que no olvidemos aquellas con las que hemos abrazado el éxito.