París como destino turístico era imbatible, toda Francia lo era. Siempre suelen ir por delante de España en turistas recibidos. Pero esto ha cambiado desde el atentado a Charly Hebdo y siguientes. París ha perdido 1,6 millones de visitantes en 2016. Ya conocíamos idéntica reacción ante los atentados de Egipto contra turistas occidentales. Los yihadistas lograron su objetivo: paralizar los ingresos por turismo. Y como fue bien esta estrategia en Egipto, la siguieron empleando en Turquía, donde a diferencia de Francia no tienen reparo en usar sus armas de fuego reglamentarias. España, con un récord brutal e insólito de turistas extranjeros, recoge los frutos de esta situación caliente. El gozo de unos está basado en las lágrimas de otros. ¿Quién viaja ahora a estos destinos hollados o mutilados por la violencia? Pero no necesitamos terrorismo en Ibiza. Nosotros mismos nos disparamos en el pie al soportar unos precios irracionales por lo altos y estacionarios. Si no se puede acceder a un espacio habitacional ¿quién conducirá los autobuses, los taxis o quién trabajará en la oferta complementaria? ¿Dónde colocamos a policías, funcionarios y especialistas?

No es que se vayan los jubilados alemanes, británicos o franceses, que de hecho lo vienen haciendo: se van muchos ibicencos jóvenes que no pueden emanciparse. En invierno son legión quienes se refugian en la India, Tailandia, Marruecos o Vietnam, o más cerca en ciudades de la Península.

¿Quién en su sano juicio prescindiría de tal fuerza humana y de su juventud? Las Pitiusas lo vienen haciendo y de una manera que ya sobrecoge. Un fenómeno demográfico que alguien estudiará con pelos y señales y que empobrece a la sociedad ibicenca, ahora ya presa en si misma en un callejón sin salida.