En estos pasados días hemos celebrado unas buenas y hermosas fiestas que nos han podido aportar a nosotros tantas y buenas enseñanzas para nuestra vida: la Navidad, el nacimiento de Jesús hecho hombre por amor hacia nosotros y para enseñarnos una buena y eficaz manera de ser personas; el inicio del Año Nuevo y la festividad de la Virgen María Madre de Dios como obediencia a sus indicaciones y ser después Madre espiritual nuestra; la fiesta de la Sagrada Familia no sólo para invocar su protección sino para mirarla como un modelo a imitar, especialmente aquellas que se han fundado con el Sacramento del matrimonio; la fiesta de la Epifanía del Señor, donde vemos a los Reyes Magos adorando a Jesús, expresión de su identidad.

Hoy se celebra en toda la Iglesia la fiesta del bautismo de Jesús en el Río Jordán, y a la luz de ese bautismo intentar descubrir el sentido de nuestro bautismo, Sacramento que afortunadamente la mayoría de los habitantes de estas buenas Islas de Ibiza y Formentera hemos recibido.

Quisiera, pues, en esta conversación que hago cada semana con vosotros, hablar un poco de bautismo que hemos recibido y que no siempre es considerado suficientemente en su profundo significado y su gran valor.

El bautismo que hemos recibido es algo importante: no es un simple rito de incorporación a la Iglesia ni una forma mágica de exorcismo, ni una especial bendición para mantenernos alejados de un tipo de insidias. El bautismo es un compromiso, una unión con Jesucristo. Por el bautismo nos convertimos en ramas unidas a la vid, que es Cristo.

Así, pues gracias al bautismo somos participes de la misma vida divina de Cristo, es decir, somos hijos de Dios por su adopción y todos los bautizados somos miembros y parte de la Iglesia, siendo miembros de su Cuerpo místico.

Es unión con Cristo nos hace participes comprometidos de su misión, debiendo ser portadores de la bondad en el mundo como hizo Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien, beneficiando a todos, anunciando un mensaje y practicando la verdadera justicia y así, siendo bautizados, debemos ser nosotros. Se trata de una misión que hemos de cumplir en el espíritu de servidores, con la disposición de ánimo del que sabe entregarse generosamente.

Viendo, pues, algunas de esas maravillas que es el bautismo se comprende entonces que la práctica de administrar el bautismo a los niños tiene un gran valor, pero que ese valor tiene que hacer que la propia familia y toda la comunidad cristiana han de crear un ambiente en el cual el niño pueda ver presente y operante la gracia divina y el estilo de vida evangélico. Ello, pues, nos ha de animar y comprometer a que los adultos cristianos en general, y los padres en particular y de modo muy efectivo, vivamos de tal manera que los niños puedan ver presente y eficiente, activo y generoso, una continua toma de conciencia y un constante compromiso de entrar siempre y cada vez más en el plan de Dios.

Ser cristianos bautizados, adultos y responsables nos tiene que llevar a comprender el valor del bautismo que hemos recibido y a vivir de acuerdo con ello hasta las últimas consecuencias y exigencias.

Que la fiesta del Bautismo de Jesús, pues, nos haga ser conscientes de nuestro bautismo, y vivir de acuerdo con ello.