Qué espectáculo de zambomba flamenca en el Kantaun de San Antonio! Había belleza, fuego, alcohol y duende entrelazados en alegre torrente vital, a ritmo de guitarras, cajones y botella de anís del mono, dando la bienvenida a la Navidad con verdadero espíritu.

El estado de ánimo es un ritmo y por eso hay que escuchar buena música. (Que se vengan al bar los estudiantes que sufren abandono en el Conservatorio, que los cuidaremos). Ya en la dorada época del Helenismo, un césar y un esclavo coincidían en sus meditaciones de celebración de la vida y del bien. Marco Aurelio y Epicteto desplegaban una elegancia y grandeza de ánimo demostradora de lo sana y liberadora que es la cultura que ensancha el corazón.

Y ahora nos sumergimos en Navidad, cuyo espíritu conciliador fomenta un tiempo de ilusión aunque haya bolas tristes que la odien y mercachifles que pretendan adulterarla. Pero siempre triunfa la tierna alegría que da la adoración a la Madre y el Niño, que están en nuestro inconsciente desde la noche de los tiempos, eterno femenino en todas las culturas del mundo.

Celebramos el mensaje amoroso mezclando copas y misticismo, que el sincretismo es cosa buena y hermana. ¿Que hay algunos que parecen solo alegres y generosos durante unos días, como esclavos de una obligación ficticia? Bueno, ya aprenderán a extenderlos al resto de su existencia. Incluso el supremo cínico Voltaire confesó: «He decidido ser alegre porque es mejor para mi salud».

La vida es un misterio gozoso. ¡Mantente radiante!