Cuando tenía unos once o doce años viví con intensidad los primeros mítines políticos que se celebraron en Palma. La mayoría se hicieron en la plaza de toros de la capital mallorquina y yo vivía justo al lado. Por cuestión de edad no pude asistir a ningún mitin, pero a pocos metros de mi casa pasaron a explicar sus propuestas desde Felipe González hasta la Pasionaria. A los pocos meses se convocaron elecciones y se inauguró una nueva etapa democrática. Yo observaba todo con interés y fueron meses apasionantes. A mí eso me parecía democracia tras 40 años de dictadura. Por circunstancias de la vida he podido trabajar como periodista parlamentario durante 20 años. He sido espectador privilegiado de muchos debates de gran importancia para esta tierra. Por eso me sorprende cuando algunas políticos quieren hacernos creer que lo que se ha vivido hasta ahora no es democracia. Que la democracia real es poner un par de sillas en una plaza para contestar preguntas que pueden llevarse a los plenos. Y por si la democracia plena no funciona, buscar un plan B. Que las preguntas las hagan amigos y parejas de los organizadores para disimular el fracaso. Y llenar las sillas de militantes y altos cargos a sueldo. Para los que vivieron aquella etapa fantástica de la transición española, llamar democracia plena a lo del sábado, de verdad, es una falta de respeto, una burla. Y que los que se llenan la boca de democracia sean del mismo partido que los líderes que elogiaban el mismo sábado la figura del dictador Fidel Castro es tomarnos por imbéciles. De verdad, inventen algo mejor. Porque, hasta ahora, van de fiasco en fiasco.