Hace una semana, como a las ocho de la tarde, me encontré cerca del primer rascacielo de Europa, el de Telefónica en Madrid, a la altura de la tienda Ale-hop, franquicia de mi amigo Vicent Monfort en la que venden cositas graciosas para regalo, al ganador de la últimas elecciones autonómicas de Baleares y hoy senador viceportavoz de la Comisión de Defensa, vamos que me encontré en centro del Centralismo a J. R. Bauzá. Iba con barba incipiente, bufanda, traje ligero estilo Emidio Tucci. El expresidente estuvo muy atento y le comenté que escribía en El Periódico de Ibiza. Y le estreché la mano porque procuro ser educado con todo el mundo y a mí Bauzá no me ha hecho nada. Le dije, ¿qué ha hecho usted para tener el gallinero tan alterado?, le entró la risa floja. Que se sepa no ha robado y enfiló a Matas. Que se sepa quiso implantar el inglés en los colegios. Que se sepa el buen momento de la economía balear, ahora mismo la que más crece de España, comenzó en su gobernanza autonómica. Puede que su tiempo político haya pasado, eso lo dirán sus conmilitones y ahora los peperos baleares tengan que abordar el futuro con otra estética, pero cada vez que se habla de Bauzá es como si se mentara al diablo y eso no me parece nada justo, él sabrá porqué ha levantado tantas tirrias, tantas fobias y tan escasas filias, está claro que «deschoricear» un partido deja muchos cadáveres que prometen venganza fría. Es probable que en su cénit Bauzá andará falto de diplomacia y sobrado de firmeza, «manca finezza», no lo sé, pero todo eso no implica que, en mi opinión, como político es lo menos malo que hemos tenido en ese carajal de luchas intestinas y de tráfico de influencias que ha sido la política balear desde la Transición de Albertí y l’ amo Cañellas hasta hoy.