Hay una leyenda austríaca que trata de un hombre que, de acuerdo con su costumbre diaria, va al restaurante Neugröschl de Viena y come un gulash. En cuanto regresa a su casa se acuesta dos veces con su mujer, tres con su cuñada, viola a la sirvienta y es detenido justo antes de atentar contra su hija. El caso es tan interesante desde el punto de vista clínico que se convoca un consejo presidido por un profesor de fama mundial. El médico de la familia informa: el hombre no ha hecho nada extraordinario, se limitó a ir al Neugröschl a comer gulash. «¿Qué sugiere usted que hagamos, señor profesor?», preguntan al gran erudito. «No sé qué es lo que ustedes van a hacer—dice el profesor—, en lo que a mí respecta, voy a ir al Neugröschl a comer gulash».
El entourage también resulta indispensable para lograr sensaciones erotizantes y permitidme afirmar que Ibiza es más erótica que la hermosa Viena. Pero hay que huir esas hamburgueserías de cadena rápida multinacional o garitos fashion que matan todo sentido del gusto. En cambio unas sardinas en una caseta de pescadores junto a un vino de Can Rich, las hierbas del Anitas, el palo con ginebra del Coto de Bartolo de Portmany, los calçots de Toni de Can Berri, los baños de invierno y el consecuente coñac del bolsillo del albornoz, una vodka con zumo recién exprimido de unos pomelos de Buscastell en el Kantaun….permiten vivir eróticamente en esta isla de fantasías.