Estas últimas semanas, una de las cosas que más sorprenden es ver cómo media España se mesa los cabellos dándole al botón de la Sexta para quedarse lela con la temática cainita y rebobinada que ofrece, y viendo a todas horas al bigotes expiatorio, ahora con barba arreglada, cantando la Traviata, diciendo lo que todos sabíamos, que él es un comisionista y que era un gran profesional de lo suyo, o sea de la coima en Génova (o de la ceca a la Meca). Correa se quita la correa y nos fustiga con una verdad como un templo: que en España para hacer negocios y llevárselo crudo o cocido, sin comisión, sin 3% que diría Maragall, no se va ni a la vuelta de la esquina (esa verdad está documentada por lo menos desde que Sazatornil tratara de vender sus porteros automáticos en La escopeta nacional, por no hablar de los cafelitos de Juan Guerra). Y esa conclusión de Correa tan grave, sistémica y tan acertada, se queda en el aire como cosa que solo atañe a unos engominados. Se empeñan en que en vez de ir en todas direcciones, por el bien del país, vayamos solo en una. Desde luego en España sin amiguísmo lobysta o puertagiratorio, o de Maroto el de la moto, no se va ni a la puerta de la esquina. Lo sabían muy bien Jordi Pujol o esos que en Andalucía desviaron millones de euros que iban para los descamisados y que veremos dónde acabaron, cuando en «sede judicial» los Correas de las taifas andalusíes, tan impolutos siempre y tan atentos a los pobres, nos lo aclaren y nos enseñen cómo son sus cortijos. No sé si vivimos en un país de chupopteros, pero sí de pícaros procedentes de todas las extracciones sociales, aunque la picaresca tiene un componente literario que ya no se da. O ponemos orden y concierto en la moral pública y hasta en la privada o aceptemos que África comienza más allá de los Pirineos.