Imagen de las protestas que hubo hace 8 días delante la sede de PSOE ante la sede de Ferraz.

Hace casi un siglo que don Ramón José Simón Valle y Peña emprendió una obra literaria que pretendía reflejar la realidad de un país a la vez grotesco y trágico a través del esperpento, una técnica literaria inspirada en los reflejos distorsionados de los espejos del madrileño Callejón del Gato. Si hoy resucitara quien luego sería D. Ramón María del Valle Inclán, Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscripta, no le faltaría inspiración en la patética realidad de la España del siglo XXI: bastaría que echara un vistazo a la prensa para descubrir que una tal Anna Gabriel, parlamentaria de una comunidad autónoma que luce un flequillo «cortado al hacha de sílex», en feliz definición del maestro Ruiz Quintano, y «educadora social» (whatever that means) el otro día, en plena sesión del parlamento de su comunidad autónoma, se tentó el sobaco con la mano derecha para comprobar su estado de descomposición y, acto seguido, dársela al President de la melena irredenta y del referéndum siempre aplazado. No cabe esperar menos de quien considera que «follar en el metro no es tan grave» siendo, como es, «educadora de calle» (?).

Ahora bien, lo de la educadora catalana se queda corto ante el esperpento con que el PSOE, el partido de los cien años de honradez (uno de cuyos miembros, por cierto, asesinó a Calvo Sotelo), nos obsequió el pasado sábado primero de octubre en su sede de Ferraz: no faltaron mariachis mejicanos (!) ni llamativos repartidores de pizzas ni urnas ocultas ni personal soliviantado en las aceras: en resumen, un acontecimiento digno de un improbable pero deseable espectáculo al alimón entre Boadella y Chiquito de la Calzada. Sólo faltó que Pdr Schz de la Preveyéndola el Breve apareciera como Enrique IV en Canosa en 1077, con cilicio, traje monacal, ceniza y carita de arrepentido.

Ahora bien, aún teniendo en cuenta lo anterior, hay quien se supera con creces: un supuesto politólogo llamado Juan Carlos Monedero (anticapitalista de minutas voluminosas pese a su apellido) achaca a la Transición nada menos que el «habilitar a sinvergüenzas para actuar con impunidad, como cuando un torero borracho mata también a gente», una profunda reflexión que demuestra que Hegel y Max Weber eran meros aficionados si uno los compara con el elevadísimo nivel de análisis del politólogo hispano de venezolana financiación.

A Don Ramón sin duda le sorprendería que el Ayuntamiento de una de las ciudades más importantes de España destinara fondos a defender a ocupantes ilegales de viviendas ajenas o que una legión de negros (hoy subsaharianos en virtud la corrección política, como si lo de negro, blanco o amarillo fuera tacha) poblara las aceras de los municipios vendiendo objetos falsificados con impunidad y absoluto descaro. Pero tal vez lo que más llamaría la atención al grandísimo escritor sería el grado de idiocia profunda de una población antaño analfabeta pero digna y hoy semiletrada pero indigna cuya mayor ocupación y preocupación consiste en escudriñar la vida sentimental casposa de personajes que se ganan la vida aireando las miserias de su cutre mediocridad; lo demás, el latrocinio secular de la clase política, su irredento cainismo, su bajísima catadura moral y su incurable desvergüenza no creo que pudieran sorprenderle, porque dura ya varios siglos.