Estos días, coincidiendo con el periodo punta de llegada de turistas, nuestras autoridades han descubierto algo que, al parecer, desconocían: que en Baleares en el mes de agosto hay muchos visitantes. Esta evidencia ha sido aprovechada para lanzar una campaña sobre la saturación y el colapso de las Islas y abrir un peligroso debate acerca de cupos y restricciones de llegadas de turistas, tal y como pretenden los sectores más radicales. Incluso la alcaldesa accidental de Palma, Aurora Jhardi, utilizando la coyuntura de su cargo, ha profundizado en el linchamiento mediático contra el turismo, afirmando que la ciudad está «al límite», secundada por otros regidores, sin que ni el alcalde ni la regidora responsable del Área hayan dicho una palabra al respecto. Cabe preguntarse qué datos manejan Cort y el Govern para llegar a semejante conclusión. Porque un debate tan serio y arriesgado sobre el modelo turístico no debería basarse en percepciones personales ni en hechos puntuales. Tampoco puede hacerse desde el oportunismo político y mucho menos cuando se carece de una alternativa, limitándose a rechazar el actual sin más solución que ‘cerrar las puertas’.

El éxito de Palma y Baleares como destino fetiche, lejos de ser una losa, constituye una oportunidad para avanzar hacia un modelo sostenible y de calidad, que dependa más de nuestras fortalezas que de las debilidades de los destinos rivales. En los años anteriores, y pese a la crisis, se hicieron grandes avances en esta línea, gracias a una legislación transgresora. La apertura de los primeros hoteles de cinco estrellas en la Playa de Palma, la eclosión de establecimientos urbanos en el centro o la ampliación de horarios comerciales han permitido que las pernoctaciones en temporada baja aumenten un 30 % en Palma. La ansiada desestacionalización.

El futuro no pasa por la imposición de cupos, que se derivaría en la pérdida de empleos. Palma debe centrar sus esfuerzos en facilitar inversiones que sumen valor. Debe fomentar productos que permitan la subsistencia de la oferta complementaria más allá del verano, como la cultura, la gastronomía, el deporte o las compras. Debe ver en el sector privado un aliado y no un rival. Debe huir de clichés sectarios para abrir la mente al fenómeno económico, cultural y, sobre todo, social, que supone el turismo. Debe hacerlo escuchando al residente y primando la sostenibilidad mediante una gestión inteligente de los recursos. Y debe conseguirlo empatizando con profesionales del sector, recordando que el cómodo sillón de mando, además de privilegios, implica también altas dosis de responsabilidad y mesura. Debemos plantearnos qué queremos ser antes de dejar de ser lo que somos.