Lo dice el portavoz parlamentario de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta: «Si nos tenemos que tragar lo que hemos dicho basta ahora nos lo tragaremos» y harán presidente a Mariano Rajoy. Así. Con dos. Sí señor. Nueva política. Consecuentes con la palabra dada. Y olé. Claro que ¿a alguien puede sorprender que Albert Rivera tenga tantos principios como Pedro Sánchez, Rajoy o Pablo Iglesias? Son políticos.

Su trabajo es mentir. No obstante, el paroxismo patrañero al que ha llegado el jefe nacional del siniestro movimiento naranja supera con creces las falsedades de sus compañeros de oficio. A los otros se les pueden achacar muchas mentiras tácticas, estratégicas, importantes y veniales por igual. No sin embargo haber hecho bandera esencial, central, substancial, fundamental de una campaña electoral de lo que al cabo se evidenciará falso y por ende será un enorme fraude político a todos sus electores. Es eso por lo que los derechistas, en especial la prensa madrileña de esta orientación, jalean a Rivera, eso mismo a lo que Felipe González llama responsabilidad y que es sinvergüencería llevada al límite, cinismo supremo, suma hipocresía y doblez absoluta. Eso es Rivera y su partido. Ciudadanos podría haber sido un serio peligro para la democracia –todavía existe el riesgo, aunque es pequeño y menguante–, no en vano tras su apariencia esconde esas posiciones políticas propias del falangismo, como la mentira esencial, decir ser tan de derechas como de izquierdas, tener principios regeneradores que se convierten en muleta política de la corrupción del PP y del PSOE donde le conviene, disimular radicalidad democrática tras ser Rivera candidato a las elecciones europeas en 2009 del ultraderechista Libertas y ser tan participativo como que sólo vale la voluntad de su jefe nacional, como muestra la digitada jefatura provincial balear. Y al contrario que su antecesor histórico éste de hoy cuenta con una gran claque que le aplaude todo y convierte en ejemplo de responsabilidad lo que es muestra de la peor de las formas de hacer política. Afortunadamente sólo triunfa en las encuestas.