El agente de la Guardia Civil de Sant Antoni que, según parece, integraba junto a media docena de individuos una banda criminal dedicada a desvalijar domicilios en zonas rurales de la isla y que fue desarticulada el pasado 28 de julio en la operación ‘Port Torrent’ por sus propios compañeros del Instituto Armado, está demostrando una lucidez y una clarividencia que más le hubiese valido haberla tenido antes. Ante la situación generada, que su propio abogado califica de «insostenible», el joven agente ha hecho algo que cabe calificar de digno y casi heroico: pedir la baja de la Guardia Civil. Cuando muchos -la gran mayoría, seamos claros- optarían por negar los hechos embutiéndose en la presunción de inocencia y buscar cualquier fallo legal durante la investigación policial, la instrucción del caso o incluso el propio juicio, este chico que se dejó tentar por el «lado oscuro» y cayó en sus garras, ha decidido poner fin a su trayectoria profesional en la Guardia Civil, ahorrándole multitud de trámites administrativos y disciplinarios a la Dirección General de la Benemérita.

En una sociedad como la nuestra, donde los que son pillados con las manos en la masa lo niegan todo, donde los políticos de ordinario no dimiten ni sorprendidos infraganti, la actitud de este chico me parece el ejercicio de un último acto de dignidad que pese a que nada justifica, sí deja claro que aún le queda algo de rectitud de conciencia y de amor propio.

Llegados a este punto, lo mejor que puede uno hacer es asumir las consecuencias de sus propios actos. A lo hecho, pecho, que dice el refrán. Si así lo hace, reconoce los hechos, repara el daño causado y colabora con la Justicia, la Ley prevé importantes beneficios para quienes así actúan. Lo más sencillo sería encarnizarse con él, pero si se piensa bien, es algo que a nada lleva.