No es lo mismo predicar que dar trigo, dice el refrán cuando alguien hace lo contrario de lo que pontifica. Ejemplos abundan, pero esta semana ha saltado a la palestra uno sangrante: Pablo Echenique. Porque Podemos surgió de la nada –ellos se empeñan en proclamar que vienen de abajo, de la «gente», aunque son profesores de universidad con salarios envidiables, con empresas que rinden buenos beneficios, amén de algunos de sus miembros, procedentes de familias millonarias, pero esa es otra canción– para convertirse en el azote de la corrupción, de la «casta», de todo lo indecente que prolifera en la clase política de este país. Así que cabría esperar un comportamiento no impoluto, sino lo siguiente. Pero qué va, sigamos soñando. Parece que la decencia, la honorabilidad, la honradez y la honestidad son cosas de otros tiempos o de otros lugares. Aquí, olvídate. El dicharachero Echenique tenía un asistente personal –lo necesita, dada su minusvalía física– que le atendía a diario, durante una hora. Le pagaba 300 euros al mes, a razón de 10 euros la hora. Se puede discutir si es suficiente o un poco tacaño. Pero lo que no tiene discusión posible es que todo un señor diputado en el Congreso, con un sueldo de ensueño para la mayoría de los mortales, pague a sus empleados en negro y les tenga sin contrato y sin seguridad social. Y encima pretenda que el hombre se haga autónomo, dejándose ahí el 83 por ciento de su mísero salario. Sobra el debate, es injustificable y punto. Pero quizá no sea eso lo más indignante, porque lo peor es que al descubrirse estos hechos, ha intentado tener la razón, justificar su proceder y, por supuesto ¡no ha dimitido! Un clásico español. Pero es que muchos pensaban que estos querían reformar este país, convertirlo en un referente de honestidad. ¡Ja! Qué poquito se tarda en acomodarse en la idílica casta.