No hay decisiones sensatas sin emociones. Lógica y razón, emociones y sentimientos, forman parte de la misma raíz biológica en nuestro cerebro. En este artículo te explico cómo y por qué.

La mañana del 13 de septiembre de 1848 Phineas Gage, un joven norteamericano amable, responsable y querido por sus compañeros y amigos, trabajaba en la construcción de la línea de ferrocarril que uniría Nueva Inglaterra con Canadá. Phineas era capataz de un grupo de trabajadores y su función era preparar las detonaciones que a base de pólvora abrirían el camino. Pero esa mañana algo no fue bien y la barra de hierro con la que compactaba la carga salió disparada entrando por su mejilla izquierda hasta salir por la parte superior del cráneo. Phineas perdió el ojo izquierdo y contra todo pronóstico no solo sobrevivió sino que no perdió ni la conciencia, hablaba, se movía y entendía perfectamente. Dos meses después del accidente estaba recuperado o al menos eso parecía.

¿Qué tiene que ver esta historia con nosotros hoy?

La historia de Gage llega a nuestros días tras ser investigada en profundidad por el reconocido neurocientífico Antonio Damasio, que se sirvió de ella para ejemplificar la vital importancia de las emociones en la toma de decisiones.

Aunque físicamente se recuperó, Phineas cambió diametralmente de personalidad. Él que era reconocido como una persona competente, responsable y uno de los favoritos de sus compañeros, se volvió irreverente y caprichoso, desapareció su sentido de la responsabilidad, ya no se podía confiar en él. Perdió su trabajo, amistades y vagó sin rumbo hasta que murió una década después bajo la custodia de su familia en San Francisco. Tras lo ocurrido ese 13 de septiembre nunca llegó a tener una existencia realmente independiente y jamás volvió a tener un trabajo como el que tuvo en el ferrocarril.

Su cráneo y el relato de su historia se conservó, gracias a lo cual las técnicas científicas actuales lograron reproducir el accidente y localizar la ubicación de la lesión cerebral justo en los lóbulos prefrontales, la parte de nuestro cerebro más cercana a la frente.

La investigación del caso Gage, junto a casos semejantes a la lesión sufrida, ha mostrado que emociones y sentimientos, lógica y razón, tienen la misma raíz biológica, la de la vida y la del comportamiento básico del ser humano. Sin emociones no hay inteligencia, son necesarias para vivir.

La lógica de las emociones

El único modo de tomar decisiones sensatas es que las personas comprendamos cada vez más y mejor que en nuestras decisiones pesan ciertos factores. Que una decisión sensata no es la que está hecha con conocimiento, sino aquella que toma en cuenta también otros factores, algunos de ellos muy personales y otros de ámbito social. Esos factores son en su núcleo emocionales. Las personas tenemos emociones sencillas como la ira, el asco, el miedo, la tristeza, la sorpresa y la alegría. También tenemos emociones extremadamente complejas como el orgullo, la compasión, la vergüenza o la admiración. Todas ellas corresponden al desarrollo humano con una raíz biológica, cuyo fin último es siempre la vida.

¿Por dónde empezar?

A la vista de la complejidad y la importancia que tienen las emociones en la toma de decisiones, para entenderlas podemos comenzar por descifrar las emociones básicas.

Las emociones tienen el poder de facilitarnos una información íntima, nos informan sobre lo que nos está pasando en este concreto instante. Comprender las emociones propias y las de los demás es cada vez más necesario, imprescindible diría. No ser conscientes de lo que sentimos puede acarrear mucho sufrimiento y fracaso en nuestras relaciones sociales. Cada emoción tiene una utilidad, saber emplearla nos permite mejorar nuestra vida y la de los que nos rodean.

Por ejemplo, la alegría es motor de vida, favorece la empatía y la creación de vínculos, es un indicador de que las cosas van bien. La ira nos habla de los límites que se han saltado, te avisa de la necesidad de arreglar algo. El miedo te pone alerta, despierta los sentidos y te puede llevar a huir o a paralizarte. El asco no solo tiene por qué ser de cosas físicas, de hecho es el indicador que relampaguea cuando estás haciendo algo que va contra tus valores. La sorpresa se enciende ante lo que no esperabas. La tristeza te habla de la pérdida y te ayuda a adaptarte a la nueva situación.

Algunas sugerencias para mejorar

Conociendo cómo funcionan las emociones y su finalidad adaptativa podemos incorporar conductas y hábitos diarios que finalmente desemboquen en decisiones y opciones más sabias, acordes con nosotros mismos y los que nos rodean. Aquí van las propuestas:

Fomenta tu propio conocimiento personal. Tener curiosidad por las cosas que te pasan por dentro sin necesidad de juzgarlas, solo observarlas y escucharlas. Tomar mayor conciencia de ti.

Céntrate en lo positivo, de todo lo que podrías elegir de una situación o persona elige lo positivo. Es una decisión que tomas y que cuando se convierta en hábito será garantía de éxito en muchas relaciones y ocasiones.

Observa y respeta las emociones de los demás, especialmente cuando son negativas, da otra oportunidad a la persona y espera a un mejor momento.

Pon límites y sé firme cuando sea necesario.

Medita o pasea simplemente observando la naturaleza. Unos minutos de meditación son como la ducha de la mañana: imprescindible para salir decente al mundo.

Cultiva una actitud de aprendiz ante la vida, abierta a aprender de otros y a nuevas ideas.

Deja el pasado pasar y pon tu energía en todas la posibilidades presentes y futuras que te están esperando.

Comenzar poco a poco

La semana pasada disfruté en familia de la película Del revés. Esta peli puede ser un medio divertido para acercarnos con entretenimiento y con la curiosidad los de más pequeños a la complejidad e increíble riqueza de las posibilidades que hay detrás de comportamiento humano. Puede ser una buena tarea de coaching verla y comenzar poco a poco a observar de modo consciente tu propio mundo emocional.