El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, proclamó ayer en el Parlament catalán la independencia de Cataluña, pero fue un espejismo. Tras anunciar una república catalana solemnemente ante la Cámara, Puigdemont añadió que suspendía dicha declaración para poder negociar una salida con el Gobierno español. Se trata, sin duda, de una salida política para ganar tiempo ante una situación incomprensible, que está provocando un daño irreparable a Cataluña, y también a España, no solo desde el punto de vista político sino también económico.

Decepción entre el independentismo. La CUP era la cara de la decepción. Los socios más extremistas de Puigdemont no acababan de entener lo ocurrido en el Parlament catalán, la declaración de independencia que apenas duró un minuto hasta que dicha declaración fue suspendida por el propio Puigdemont para anunciar una negociación con el Gobierno central. Parece más un intento de ganar tiempo porque el propio Puigdemont se basa en el referéndum del 1 de octubre para avalar su decisión. Pero el referéndum catalán no tuvo ninguna garantía política, con urnas en iglesias, y ciudadanos que pudieron votar hasta cuatro veces. Los 2,2 millones de votos al «sí» del día 1 de octubre no son el mejor aval para declarar la independencia de Cataluña.

El futuro. ¿Y ahora qué pasará? No parece que sea nada fácil el diálogo entre la Generalitat y el Gobierno central. Los acontecimientos de las últimas semanas han creado una brecha entre los dos gobiernos difícil de cerrar. Tampoco Mariano Rajoy ha tenido un papel demasiado acertado en esta crisis. Ha dejado llevar el problema catalán demasiado lejos y por ello España ha vivido una de las peores crisis políticas de la última etapa democrática. Y en las actuales circunstancias la mejor solución sea aplicar el artículo 155 de la Constitución. Por eso el único camino debería ser convocar elecciones en Cataluña e iniciar una nueva etapa.