A pesar de morir con solo 52 años, la vida del ibicenco Carles Roman Ferrer dio para tantos y tan intensos capítulos que perfectamente podría ser el argumento de un libro de o una película.

Este soltero de oro dedicó su vida a sus tres pasiones: la arqueología, la política y el periodismo. Hijo de Joan Roman Calbet y Vicenta Ferrer Wallis, su posición económica le permitió a él y sus hermanos recibir una sólida formación académica en Madrid y Barcelona.

Antes de cumplir los 20 años se licenció en Filosofía y Letras y, un año después, en 1908, ingresó por oposición en el cuerpo de archiveros, bibliotecarios y arqueólogos donde siguió los pasos y la afición de su padre por la arqueología, lo que le permitió asistir a las excavaciones más importantes de la historia de la isla: las de la cueva des Culleram y de l’Illa Plana.

Tras una etapa en la Coruña y Alcalá de Henares ocupando una plaza de arqueólogo profesional, Roman volvió a Ibiza en 1911 para ser director del Museo Arqueológico. Este nombramiento levantó algunas suspicacias porque su padre, fallecido el año anterior, había contribuido en una gran parte a la creación de este museo con el hallazgo de la necrópolis púnica de Puig des Molins.

Sin embargo, la dedicación de Carles Roman a su trabajo hizo que esos recelos desaparecieran rápidamente. De hecho, puso todo su empeño en tratar de evitar la salida de objetos encontrados en los diferentes yacimientos de la isla, saqueados por coleccionistas privados que realizaban excavaciones por su cuenta.

Roman fue destituido como director del museo al inicio de la Guerra Civil. Perseguido por el bando republicano, fue detenido y se salvó de una muerte segura en el Castillo por la intervención de amigos que consiguieron que fuera liberado. A partir de ese momento, se sumó al bando nacional a pesar de que intentó aplacar la posterior represión hacia los republicanos.

Durante la guerra fue director del Diario de Ibiza e intervino en mítines patrióticos que se hicieron durante la contienda durante los que pudo demostrar su grandes dotes para la oratoria, gracias a su capacidad de improvisación y su amplia cultura.

El 22 de octubre de 1939, poco después del fin de la guerra, Carles Roman murió en el número 9 de la calle Pere Tur de Dalt Vila, en la misma casa donde había nacido después de una corta pero intensa vida.

Calle Carles Roman Ferrer

Carles Roman fue elegido diputado en el Congreso por el partido liberal desde 1916 hasta la dictadura de Primo de Rivera. Sus campañas electorales fueron sonadas porque durante una de ellas consiguió traer uno de los primeros automóviles que circularon por las carreteras de la isla y porque viajó en el primer hidroavión que amaró en aguas ibicencas en 1921.

Roman gastó gran parte de su fortuna en costosas campañas electorales en las que se ofrecían placeres para el paladar de los posibles votantes como buñuelos, ensaimadas o chocolates en una época de escasez alimentaria. A pesar de su afición a la política, nunca aceptó otro cargo político aparte del de diputado en una época dominada por una administración caciquil. Posiblemente por su reticencia a los favoritismos, sufrió un atentado en 1923 que le dejó herido por tiros de escopeta en Sant Rafel cuando intervenía en un mitin.