La vida de esta leonesa bien podría servir para inspirar una buena novela o un guión cinematográfico. Desde luego nadie pensaría que está basada en hechos reales. Pero así es, la historia de María Camino Benito es una prueba irrefutable de que en algunas ocasiones la realidad supera la ficción.

Nació en León hace 74 años y con apenas 15 su madre la metió a monja. «Yo siempre andaba mirando por dónde podía salir», comenta entre risas, aunque también reconoce que aprovechó el tiempo mientras estuvo en el convento pues hizo dos carreras, la de maestra y la de Ciencias de la Educación.

Sin embargo, lo más importante fue que conocería a una persona que sería muy importante en su vida.«Yo era monja y mi marido sacerdote», con esta chocante declaración comienza su relato. Claro que habría que remontarse al principio. Se conocieron porque él era su confesor cuando ella estaba en el convento y, tras salirse de él, continuaron su amistad. María comenzó a trabajar, entonces, en la Escuela de Turismo de Mallorca, como profesora, durante una época en la que viajó mucho y en la que pisó varios continentes. «Una de las últimas veces que fuí a Líbano conocí al ministro de Justicia de aquel entonces, que tenía un hijo que a mí me gustaba y yo le gustaba a él». Ahí comenzó una relación epistolar en la que el libanés le pedía que volviera a verlo, «me insistía mucho y cuando volvimos me propuso matrimonio. Yo pensé que era una buena persona, servicial y tenía mucho dinero con lo que no me faltaría de nada y acepté».

En ese viaje también iba el sacerdote, que siempre acompañaba a los alumnos en los viajes, y que sería el encargado de casar a la pareja. Pero he aquí que María hizo un descubrimiento tardío que alteraría los planes. «Yo me quedé a dormir en el palacio de él y a la mañana siguiente me vinieron a vestir unas cuantas mujeres para prepararme para la boda», pero la sorpresa fue al descubrir que se trataba de las otras tres esposas del libanés. «Yo iba a ser la cuarta y no tenía ni idea, ¡cómo no me lo dijo! Fue entonces cuando pedí ayuda a uno de los sirvientes para que me ayudara a escapar».

Y lo consiguió. Y cuando ya se encontraba subida al barco que la traía de vuelta a España, y empezaba a zarpar, su prometido apareció en el muelle y le rogó y suplicó que se quedase. «Gritaba, lloraba, tiraba alhajas que caían al mar, pero no me convenció», relató.

Al regresar a Palma seguía en contacto con el sacerdote, que pertenecía a la orden de los Frailes Capuchinos, y que trató de encontrarle esposo, pero María se armó de valor y le envió una nota en la que le decía «yo no me voy a casar con nadie que no seas tú, así que deja de mandarme pretendientes».

Un marido exsacerdote

Al parecer, los sentimientos de él no iban muy desencaminados tampoco y finalmente terminó pidiendo el dispenso de sacerdocio que le entregó el entonces obispo de Eivissa por orden del Papa Juan Pablo II, ya que llevaban un tiempo residiendo en la isla. «Vinimos aquí hace 40 años porque yo tenía una hermana ya viviendo, y como aún no estábamos casados y mis padres eran muy religiosos, nos trasladamos».

Su vida después fue sencilla y llena de cariño con sus tres hijos y los posteriores nietos. «Trabajamos como profesores de primaria, en el Portal Nou y luego en Sa Bodega», aunque nunca abandonaron la religión y siempre estuvieron ligados a la Iglesia. De hecho, él fue organista en la catedral y también en el Llar d’Eivissa donde María fue, además, la presidenta durante un tiempo. «Por desgracia, mi marido murió hace ya tres años. Él era 13 años mayor que yo, pero vivimos un amor como pocos y nos quisimos muchísimo».