El teatro lleva con ella de la mano desde que tiene uso de razón, casi. Con apenas 8 años María Dolores Corderas ya interpretó Els Pastorets en su Barcelona natal y con 17 comenzó su carrera amateur. Afirma que nunca se interesó por ser una actriz profesional por la rivalidad que veía ya de joven cuando iba a bolos y galas. «A punto estuve de dedicarme a esto profesionalmente, pero me di cuenta de que había muchas envidias y veía que si podían ponerte la zancadilla lo hacían, por eso no quise».

Claro que tampoco por ello dejó de estar ligada y de profesarle un profundo amor a las tablas sobre las que se subía. «Empecé haciendo papeles pequeños. Vivía cerca del teatro donde comencé y yo iba todos los días a ver los ensayos, aunque no saliera». Tanta constancia tuvo su recompensa y un buen día, en el que la mujer del director de la obra no pudo actuar, la llamaron a ella para que la sustituyera. «Recuerdo que llamó el director a mi casa, era un miércoles y la obra se estrenaba el domingo, y me ofreció el papel de su mujer que o podría asistir».

Rememora aquella llamada y repite la conversación como si la estuviera escuchando ahora mismo. «Le dije al director que yo era una niña, que nunca había hecho un papel así, entonces él me preguntó ¿pero a que te lo sabes de memoria? Y claro, eso era cierto porque no me perdía un ensayo». Fue así como Dolores se metió en la piel de su primer personaje importante, que asegura «era precioso», y recuerda con orgullo cómo el director le dedicó unas palabras al finalizar la obra agradeciéndole su actuación y reconociendo su mérito. «Desde entonces no me dieron más papeles pequeños».

De esta manera comenzó su andadura en el teatro. Unos tiempos muy diferentes a los de hoy día, «ahora tienes que dar clases de teatro, pero antiguamente si ibas con un director y éste era profesional, aunque el teatro fuera amateur, te abalaba y te podías sacar el carnet de actor profesional sin ningún inconveniente». Ella decidió continuar de ama teur muchos años hasta que se casó y lo dejó temporalmente.

«A mi marido le destinaron a Sevilla y allí pasamos tres años en los que tuve que abandonar el teatro, porque además tenía a mis hijos pequeños». Después volvieron a Barcelona y aunque fueron a buscarla para que volviera a los escenarios ella se vio con dos críos de 2 y 3 años y decidió quedarse con su familia. «Me gusta mucho el teatro eh, mucho, pero prefiero la familia».

Llegada a Eivissa

Pero la vida da muchas vueltas, tantas que María Dolores fue a aterrizar en Eivissa, de nuevo, por trabajo de su marido. Y fue precisamente en esta tierra donde volvió a reencontrarse con su pasión de actuar. «Vinimos hace 31 años, mis hijos ya estaban terminando sus carreras y Formación Profesional y a mi marido le ofrecieron trabajo en la isla». Se vinieron como llegaron muchos, hace ya tantos años, con la típica frase ‘vamos a probar suerte’ y tres décadas después aquí siguen.

Como ella dice, «soy catalana de nacimiento pero ibicenca de adopción». En cierta manera, en deuda con la Pitiusa mayor donde gracias a la insistencia de su hija volvió al mundo del teatro. «Fue ella la que me tomó el relevo, ella hace mucho teatro también aquí y me decía que buscara a alguien que hiciera teatro y tuve la gran suerte de poder volver».

Comenzó con el difunto director y propulsor del teatro en Eivissa, Pedro Cañestro, quien a su vez le presentó a Ramón Taboada. Éste último le dijo una frase que Dolores no olvidaría, cuando ella le confesó que llevaba mucho tiempo sin actuar, «señora, el teatro es como montar en bicicleta, que nunca se olvida».

Eso fue en 1989 y hasta el presente han pasado 26 que lleva haciendo teatro en la isla. «Hemos hecho obras en Mallorca, Formentera... y ahora que estoy jubilada me entrego a mi teatro». Trabaja actualmente como ayudante de dirección en los cursos que se imparten en Can Ventosa y como monitora de teatro, desde hace 18 años, en el Llar d’Eivissa con pensionistas. «Aquí en el Hogar –como lo llaman la mayoría– vino la que había sido presidenta hace muchos años y me preguntó ¿Dolores no querrías dar clases a personas mayores? Y yo dije que encantada».

Profesora en la Llar
Nos cuenta que la base fundamental para enseñar arte dramático es aprender a hablar y vocalizar bien, «porque muchas personas balbucean o hablan cuando cantan». Aun así, es consciente de que no puede exigir mucho, primero porque la alumna más joven tiene 60 y pico y la mayor 83 y porque la mayoría no han hecho teatro en su vida. Reconoce que todas son mujeres, menos tres años en los que también se animó un hombre; y que lejos de la compensación que le paga el Consell d’Eivissa por impartir las clases, lo que a ella más le llena es la satisfacción de ayudar. «Algunas han quedado viudas hace poco... y noto que cuando vienen a las clases reviven, esa es mi mayor recompensa».

De lo único que está en contra es de los viajes del Imserso y de los nietos –comenta jocosa–, ya que son los motivos principales por los que faltan sus alumnas a los ensayos. Las Querubinas, así se llama el grupo al que da clases, ensaya dos días por semana –lunes y miércoles– menos cuando tienen una representación cercana que añaden también los viernes. «Hacemos obras de 40 minutos, porque muy largas no pueden ser». Durante mucho tiempo una señora, ahora fallecida, les escribía obras que representaban, pero ahora las escoge y adapta ella y han representado a autores conocidos como Alejandro Casona o Federico García Lorca.

Hacen al año alrededor de tres obras, la que toca ahora será para navidades, con villancicos incorporados, cuplés y alguna poesía. Además, planean hacer un homenaje a la radio leyendo la obra. Y para el año que viene quiere hacer otra, bien para el día de la mujer trabajadora o para el día del teatro. La última que ha estrenado, aunque con los cursos de Can Ventosa, es Niebla en el bigote que se ha presentado en el auditorio de Cas Serres los días 27, 28 y 29 de noviembre, donde ella también ha actuado, aunque si puede elegir prefiere limitarse a dirigir. «Si hay gente suficiente prefiero sólo dirigir porque compaginar ambas tareas es complicado».

Aunque siempre que falla alguien le toca ser la sustituta, como cuando empezó de joven, porque a base de ensayar se termina aprendiendo todos los papeles. Así tiene anécdotas divertidas, como por ejemplo cuando alguna se queda en blanco o se le olvida su parte, «si estoy dentro procuro darle una voz, aunque se oiga, da igual que el público se entere, es gente mayor. Si veo que alguna me cambia alguna frase siempre les digo que nunca vuelvan para atrás, si se saltan algo que tiren para adelante, para que el público no se dé cuenta».

Cuando le preguntamos cómo puede aprenderse todos los papeles nos contesta que «el teatro va muy bien para la memoria» y que mientras la conserve seguirá. «Cuando salgo al escenario siempre tengo esa sensación de ilusión y nervios, pero en cuanto piso las tablas se me pasa, me transformo en el personaje. El día que me falte esto –suspira–... es mi vida.