Este carnicero abrió un puesto en el Mercat Nou hace cinco años.

Además de poder llenar la cesta de productos frescos, los clientes de un mercado también acuden para cubrir otras muchas necesidades. Los comerciantes, atentos a ellas, miran de cubrirlas, ofreciendo un valor añadido que satisfaga a los consumidores.

Más allá de las frutas, verduras, carne o pescado, el afilado de cuchillos es uno de estos servicios complementarios. Y es que tan importante es poder proveerse de buen género como disponer de unas herramientas en óptimas condiciones para ponerse ante los fogones.

Bien lo sabe Javier González, carnicero que regenta un puesto en el Mercat Nou de Vila y que, además de dispensar jamón, charcutería de calidad y las mejores piezas de vacuno, ovino o porcino, también ofrece a sus clientes un afilado profesional de cuchillos.

«No todos los afilados son buenos, hay trabajar solo el filo», comenta. Sin embargo, lamenta que a menudo le llegan cuchillos «con toda la hoja rayada porque lo han llevado a afilar a cualquier sitio y, además de destrozarlo, cortan menos que un cuchillo de palo» afirma con sorna.
González vino a Eivissa desde su Algeciras natal hace 16 años, lleva 20 años en el sector y hace cinco que se decidió a abrir su propia carnicería.

Tenía claro que quería apostar por la calidad y el servicio. Acondicionó su puesto con un moderno y elegante mobiliario de color negro, además de disponer de un buen cartel de proveedores. Pero además de poder comprar productos cárnicos, los clientes también tienen la posibilidad de dejar las hojas de sus cuchillos afiladas como dagas.

«Con el boom de la cocina, cada vez más gente adquiere cuchillos de cierta calidad y se piden más un buen afilado», explica el carnicero, quien destaca la nobleza de los aceros japoneses y alemanes.

«En España también hay buenos fabricantes, pero además de un buen acero, es tanto o más primoridal darle un buen uso y un trato adecuado», advierte.

«Muchas personas no le dan demasiada importancia, pero los cuchillos son herramientas muy delicadas, que hay que mantener siempre limpias y secas», indica.

«El agua, y más el de aquí, es el gran enemigo de las hojas: si sueles dejars un cuchillo recién afilado en agua, poco tardarás en tener que volverlo a afilar», apostilla.

Mientras González atiende a un señor, Paquita, una clienta asidua al Mercat Nou reconoce con la boca pequeña que a veces acude a un afilador ambulante: «Me da pena y así ayudo a alguien que lo necesita y además yo me llevo los cuchillos afilados», explica, aunque admite que no se trata de un servicio profesional.

Al llegarle el turno, Paquita deja de hablar de cuchillos para interesarse por unas chuletas. El comerciante, que aparentaba estar distraído, le recomienda cómo preparlas, invitándola a llevarle un cuchillo para que aprecie la diferencia. «Tráeme uno y ya verás», le dice él, mientras ella asiente con una sonrisa y desvía de nuevo la conversación hacia la carne.