En el año 2007 las Pitiusas se sumergieron en una crisis histórica que derivó en una fase depresiva que duraría hasta 2011 al menos. A finales de 2010 los saharauis iniciaron las revueltas de El Aaiún y casi de inmediato la rebelión de Túnez. Las primaveras árabes rompieron moldes y expectativas en una oleada de ciego optimismo en los países occidentales. Quieren democracia, decíamos ingenuamente, quienes en aquel momento ignorábamos que la mano negra y el dinero de Soros estaba rompiendo el statu quo mediterráneo con fines muy oscuros.

A la vista están los resultados, pero para Ibiza significó una bendición. Todos aquellos millones de turistas que solían veranear en los países ribereños salían en estampida y no tuvieron más remedio que recuperar el socorrido recurso de las Baleares y las costas españolas.

Estamos ante un fenómeno artificial, basado en razones externas y coactivas, pero ¡qué más da! El turismo regresaba al Archipiélago, tras una larga fase de abstinencia. Así llevamos casi siete años, lo cual nos nos ha rebotado el ánimo. De aquella depresión hemos pasado a la fase eufórica maníaca. Los hoteles rebosan, las casas de campo y los apartamentos no dan abasto.

Quien ha querido deshacerse del negocio lo ha tenido fácil y bien remunerado al subirse a la curva ascendente de la economía local, como la venta del Pachá al fondo Trilantic, y la de otros muchos hoteles y discotecas que suelen cambiar de manos cada par de años.

También el común de los mortales pide licencias y emprende reformas y obras nuevas. Aumenta un 65% los visados para vivienda. Se rescatan antiguos megaproyectos. Todos quieren apuntarse al carro ganador.

Pero recuerden: Ibiza, Baleares, son una gran burbuja que estallará.