Todavía no he conocido a dos amigos que se llevaran tan bien como Joan y Toni. Las circunstancias de la vida les llevaron a juntarse cuando ambos ya pintaban canas y desde entonces puede decirse que sus vidas han discurrido de forma paralela. Los usuarios habituales de la línea regular de autobús entre Sant Joan y Vila deben saber ya perfectamente de quién les hablo. Desde que su sabia experiencia les hizo dejar sus respectivos coches aparcados en el garaje, Joan y Toni se habituaron a baixar a Vila con el camión (así se le denomina al autobús en las zonas rurales de la isla) dos veces a la semana para, primero, jugar a las cartas en Can Ventosa y, después, pasar por la Plaça. Una rutina que seguro han llevado a cabo durante más de veinte años en los que sólo ha cambiado el juego con los que intentaba fotre als vileros. Durante los primeros años demostraron que nadie sabía jugar a la manilla como ellos. Durante la última etapa, no obstante, tuvieron que adaptarse a las circunstancias y conformarse con la butifarra porque entre sus ‘jovenes’ compañeros ya no había nadie que supiera cómo plantarles batalla. Sin embargo, desde el pasado lunes ya nada volverá a ser lo mismo. Toni, mientras cortaba leña en su finca, se quedó sin su inseparable compañero de fatigas, al que le había llegado su hora después de 93 provechosos años. Además de para la familia de Joan, me atrevo a decir que hoy también será un día muy duro para Toni, mi abuelo, porque deberá darle su último adiós a su mejor amigo. Al cel siguis, Joan.