El año pasado, desde el 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016 hemos estado viviendo el Año Jubilar de la Misericordia, una espléndida iniciativa que nos ha propuesto el Papa Francisco para que seamos más conscientes de la misericordia de Dios, que Jesús con su palabra, con sus gestos y con toda su persona nos la ha revelado. Y conociéndola, hemos de cumplir las palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas 6,36: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso».

Y así el Año de la Misericordia debe haber provocado en todos nosotros, en todos sin excepción, ser misericordiosos. A lo largo de las celebraciones que hemos tenido, todas maravillosas por la acogida y respuesta que habéis dado los miembros de parroquias, cofradías, catequistas, profesores, ancianos, jóvenes, etc. nos han recordado esas cosas buenas. Y yo he insistido siempre que si en Ibiza y Formentera acogemos las enseñanzas de este año serán mejores de lo que ya son porque los bienes y circunstancias que nos ha dado Dios las utilizamos y vivimos mejor.

El Año Jubilar de la Misericordia terminó pero, como nos ha dicho el Papa Francisco en la última catequesis de ese jubileo: «no se cierra el corazón misericordioso de Dios, no se apaga su ternura para con nosotros pecadores, no cesan de brotar los ríos de su gracia. Del mismo modo, nunca se pueden cerrar nuestros corazones y no podemos dejar de cumplir nuestras obras de misericordia hacia los necesitados. Que la experiencia de la misericordia de Dios, que hemos vivido en este año jubilar permanezca en ustedes como inspiración de la caridad hacia el prójimo».

Ha terminado el Año Jubilar, pero no termina la misericordia, porque es una actitud que debe de estar presente en el corazón de cada uno, creado a imagen y semejanza de Dios. Si este año ha sido positivo, si nos ha acercado al corazón de Dios y a los demás con corazón samaritano, a partir de ahora mismo puede ser una oportunidad maravillosa para ser testigos de la esperanza y la misericordia en medio del mundo. La misericordia que hemos recibido del Señor démosla a los demás.

Así, pues, con la experiencia y las enseñanzas que hemos recibido en este Año Jubilar de la Misericordia que no queden clausuradas, sino que sea agrandadas y mejor desarrolladas en nuestra vida y actividades las obras de misericordia, de modo que se produzcan buenos frutos en nuestras obras y nuestros corazones.

Es necesario y urgente pues que se vivan y vean las obras de misericordia entre nosotros, anunciando y dando testimonio de la misericordia en nuestro mundo y en nuestros ambientes es ineludible. Hay demasiada crispación, demasiado sufrimiento, desánimo, frustración, etc., en nuestra gente y en nuestros conciudadanos aunque no lo parezca porque esa situación se lleva dentro y no se suele exteriorizar. Esto nos obliga a todos los seguidores de Jesús a manifestar, con nuestra conducta y nuestra palabra, la misericordia como amor compasivo de Dios y cercanía cordial por parte de quienes creemos en Él. Nuestra primera verdad para comunicarla y dar testimonio de ella es el amor cristiano que llega hasta donde sea necesario, por ejemplo, el perdón de las ofensas o el compartir lo que se tiene, amor que hace creíble el mensaje. Ojalá que nuestras familias y comunidades, y cada uno de nosotros, seamos signos vivos de la misericordia. Y eso se vea, se note, de buenos y abundantes frutos.