Desde los tiempos del conde don Julián, sino antes, la lealtad es algo que en España se cuece poco. Hoy negro, mañana blanco. Ayer camisa vieja y hoy independentista radical. Aunque van quedando pocos sastres artesanales, el nuestro es un país de muchos chaqueteros a medida. Quien no recuerda aquella desbandada de chaqueteros en los tiempos de la Transición, al final resulta que todos los políticos, incluso los que tenían más tufo del Nodo, habían corrido delante de los grises; y luego también se dio lo otro, que todos en España habían sido rojos y demócratas, especialmente los exiliados del interior que estaban agazapados y sufriendo los planes de Desarrollo. No es éste un país de leales porque la vida nos lleva muchas veces sin remedio al camaleonismo, aunque eso tan sencillo no se reconoce nunca. Es verdad que hubo alguna excepción como la del general Moscardó enrocado en el sitio del Alcázar o la de Guzmán el Bueno, y ese camino legionario de tirar pa´delante parecía que iba a ser el camino de nuestra presidenta Armengol, vamos que iba a ser sanchista hasta el final porque Pedro representa las bases y la democracia popular partidaria, pero el sanchismo armengoliano ha durado lo que ha durado un suspiro, o sea en cuanto ha aparecido el hombre fuerte de la disciplina y de la nomenclatura, o sea el tal Patxi, nuestra presidenta ha reculado y ha decidido, supongo que con astucia, apuntarse al caballo ganador, sabedora de que apoyar al candidato Sánchez es lo mismo que suicidarse políticamente. Los gobernantes deberían ser coherentes y si son sanchistas son sanchistas hasta el final y si no van a ser sanchistas, pues en boca cerrada no entran moscas. Y en esas no estamos.