Cuando la crisis todavía no había afilado sus zarpas, Europa sometió a la banca a los famosos test de estrés después de que Zapatero, subido todavía en la parra, declarara que la economía española jugaba en la Champions League. De aquellas pruebas de estrés bancario la mayoría de las entidades salieron con un aprobado más que holgado. Luego vino lo que vino. El regulador, Banco de España, mirando para otro lado mientras no sólo la economía se desangraba, sino que la banca hacía lo propio. ¿La salida? Brillante: creamos un banco malo con toda la basura financiera, traspasamos las deudas a los ciudadanos y a correr. Como todo –o casi– lo que se hace en este país, esto también fue una chapuza. Ahora, cerca de una década después, por fin los tribunales –bien es verdad que europeos– han decidido rascar la superficie y ver qué se cocía en las cocinas de la banca española. No ha sido, por desgracia, ninguna sorpresa: el timo de la estampita. Desde las vergonzosas preferentes hasta las cláusulas suelo, pasando por los gastos hipotecarios, los bancos nos la han estado dando con queso una y otra vez. Los ciudadanos, que somos masivamente ignorantes en estos asuntos e incomprensiblemente confiados, hemos firmado todos los papeles que nos han puesto por delante con la única esperanza –legítima– de tener una casa y unos ahorros. Nos han colado miles y miles de euros de estafa bancaria y nosotros, a pagar sin rechistar. Ahora está en manos del Gobierno pegarle un buen pescozón a la banca –y al Banco de España, que supuestamente vigila y vela para proteger al usuario, no al banquero–, castigar a los infractores y agilizar los trámites para que los damnificados recuperen el dinero estafado. Y ¿qué está ocurriendo? Ah, perdón, que esto es España. Aquí el Gobierno procura que sus amigos de la banca no tengan que sufrir demasiado devolviendo lo que mangaron.