La presidenta Armengol se coló en nuestras casas en Nochevieja como se cuela el rey en Nochebuena, pero con su tardía aparición en escena (de quién sería la nefasta idea), cuando ya casi todos los presidentes autonómicos habían difundido su mensaje, se perdió que la incluyeran en el resumen que con tal motivo muchos informativos vespertinos habían programado.

No criticaré la deplorable escenificación escogida, deplorable toda ella e inaudita en un mensaje institucional, porque sería lo fácil. Pero aprovechar el mensaje de Año Nuevo para soltar un mitin es bastante de lamentar. Aparte de no decir ni mu de la grave crisis institucional por la que atraviesa el Parlament, tras la expulsión de Podem de dos diputadas, una de ellas nada menos que la presidenta de la Cámara autonómica, como si nada pasase, lo más grave que a mi juicio hizo Armengol, aunque no es un defecto solo de ella, sino de todos los presidentes del Govern que en el mundo han sido, es la falta de referencias a la característica básica de nuestro territorio: la insularidad y los problemas derivados de ella. Solo apuntó como reto mejorar la conectividad y la tarifa plana, como quien desea que llueva. Nada más. Y miren, como ejemplo de lo que supone la insularidad y el asfixiante centralismo de Mallorca, estos días la Orquestra Simfònica de les Illes Balears ha interpretado en Palma y Manacor el concierto de Año Nuevo. Confieso mi frustración porque desde que resido en Ibiza, no puedo ver a la Simfònica pese a que la pago. ¿Por qué motivo no se trasladará alguna vez a Ibiza o a Menorca? Recomiendo que para ser justos y honestos, le cambien el nombre y lo dejen en Orquestra Simfònica Illa de Mallorca. Y ya de paso que la costeen los mallorquines, ya que ellos la disfrutan. Y como esto todo. Fíjense si queda trabajo por delante.