El Gobierno central prepara una ley para frenar el consumo de alcohol entre menores. La ministra del ramo lo adelantó en respuesta a la interpelación de un diputado vasco del PNV, preocupado por el tema. Cualquiera que conozca el País Vasco sabe cuánto se bebe allí y qué lugar predominante en la sociedad ocupa el bar. Los cronistas romanos de hace dos mil años ya hablaban de ello cuando rastreaban la zona en busca de riquezas. Durante siglos ha sido el escape –masculino, sobre todo– al férreo control de los poderosos –la Iglesia– y del matriarcado, a veces asfixiante. Hoy la sociedad ha cambiado de forma radical, pero nuestros jóvenes no encuentran mejor distracción que hincharse a beber cubatas, a veces hasta morir. Y ocurre en el País Vasco, aquí y en todas partes. Tanto que en Rusia una de cada tres muertes está relacionada con el consumo de alcohol. La fiesta no se entiende sin emborracharse. Sigue siendo una droga muy barata, de fácil acceso y que se contempla con naturalidad. En todas las casas hay botellas de alcohol y muchos padres consumen habitualmente frente a sus hijos, algo que nos resulta monstruoso si hablamos de otras drogas, incluso del tabaco. La estrategia del Ministerio incidirá en elevar la edad de consumo –complicado porque se vende en el supermercado y cualquier colega mayor puede ayudarte–, garantizar la salud del menor –a un chaval la salud le importa un pimiento– y montar campañas de sensibilización. Es importante, qué duda cabe, pero casi siempre están mal orientadas. En las Islas se hizo una bajo el lema No siguis ase con la coletilla: si bebes, hazlo con responsabilidad. Y esa es la peligrosa idea institucional: que sigan bebiendo, pero que se porten bien, algo utópico si no existe ningún mecanismo de control. Quizá con la intención de preservar el negocio del alcohol, del que España y Balears es un gran productor.