Jesús en la Última Cena dijo: Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre ( Jn,16,28).

Jesús se dirige a Jerusalén, se dirige a la Cruz. De este modo cumple voluntariamente lo que Dios Padre había determinado: que por su Pasión y Muerte llegase a la Resurrección y Ascensión al Cielo. El Señor envió por delante unos mensajero, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, pero estos no quisieron acogerlo. Entonces los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, dijeron al Señor, ¿ quieres que digamos que baje fuego del cielo y lo consuma? Jesús reprendió a los dos hermanos, y se fueron a otra aldea. Jesús rechaza el deseo de venganza de sus discípulos, porque la misión del Mesías no es perder a los hombres, sino salvarlos. El celo de las cosas de Dios no debe ser áspero y violento. Jesús nos enseña que donde está presente la verdadera caridad no tiene lugar la ira.

Nuestro Señor Jesucristo, expresa con toda claridad las exigencias que comporta el seguirle. El pasado domingo el Señor afirmaba lo mismo. Ser cristiano no es tarea fácil ni cómoda. Se trata de poner el amor de Dios antes que nada. Servirle incondicionalmente. Nuestra fidelidad a la tarea que Dios nos confía debe superar cualquier obstáculo. El Señor siempre está a nuestro lado para ayudarnos. Los cristianos hemos de ser leales a los compromisos bautismales, encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones de los demás y superar nuestros propios errores.