Al señor Juan nunca le hizo falta comprarse el periódico para saber lo difícil que resulta la vida. Conozco pocas personas que todavía sigan en pie después de encajar tantos golpes como los que él ha recibido en 86 años. Su piel, curtida por la sal y el sol, muestra cicatrices incurables más profundas que las de cualquier torero de pacotilla que sale a la plaza tembloroso ‘protegido’ por una muleta. El señor Juan nació en el seno de una familia numerosa del norte de la isla y se las tuvo que apañar para salir a flote siendo el caganiu de una prole de diez vástagos. La temprana partida de su padre no se lo puso fácil, aunque gracias a la ayuda de sus hermanos mayores pudo salir adelante. Su casa, junto al mar, nada tenía que ver con las actuales mansiones que se levantan sobre los acantilados de nuestras islas. Era obligatorio salir a la mar cada día, con el peligro que ello entrañaba y sin las mejoras técnicas de hoy en día. De aquella época todavía guarda la fuerza en sus brazos, acumulada tras navegar millas y millas a remo. Todavía recuerdo cómo una vez que salí a pescar con él (desconozco cómo lo hacía para sacar del mar el doble de peces que yo) consiguió que la pequeña xalana sintética con la que navegábamos llegara a buen puerto tras un esfuerzo titánico con el viento en contra. Del señor Juan he heredado su afición por las cartas, por la buena comida (aunque él sigue luciendo tipazo), su nombre y su linaje, pero no su afición por el mar. Siempre se lo echaré en cara. Y a su hijo. Mi padre. Voy a llamar al señor Juan no sea que todavía se me olvide felicitarle por su cumpleaños. Molts anys i bons, güelu!