Siempre he sido muy crítico con mi profesión, a la que tanto amo. Creo que se podría hacer mejor y que no siempre el periodista lleva razón. Creo que en ocasiones se usa la palabra escrita, la voz en la radio o la imagen en televisión para elevar o derribar personas y que si la información no se contrasta adecuadamente podemos hacer mucho daño. Dicho esto, creo que de un tiempo a esta parte los periodistas nos hemos convertido en esos a los que se puede lanzar a la hoguera de la opinión pública por parte de rostros conocidos para tapar sus errores. Somos el que ha cambiado sus palabras, el culpable de que le miren mal por la calle, o simplemente, somos el que dijo algo que todo el mundo sabía pero nadie se atrevió por miedo.

Ejemplos como el de este jueves de Pablo Iglesias en una presentación de un libro en la Universidad Complutense de Madrid donde criticó ferozmente la cobertura que hace de su partido el periodista de El Mundo, Álvaro Carvajal, son, simplemente, inaceptables. No valen las bromas, los chascarrillos, y la guasa, y el pedir perdón «por lo bajini» en las redes sociales. Aquí hablamos de tener el mismo respeto que él mismo exige para sí. Ya sabe, señor Iglesias, usted que es tan listo y tan formado, quid pro quo (una cosa por otra).

Además, señor Iglesias, no seré yo quien le de lecciones, entre otras cosas porque el profesor lo es usted y no yo, pero si creo que no es bueno ir por la vida creyéndose el ombligo del mundo... Se lo digo por lo que les contó a los jóvenes que le dedicaron una gran ovación en la Universidad mientras los compañeros abandonaban el lugar en solidaridad con Álvaro: «Buena parte de los periodistas que nos siguen, están obligados profesionalmente a hablar mal de nosotros, porque así son las reglas del juego...». (sin comentarios).

Por último, también mi solidaridad con Víctor Malo, al que pude conocer en el extinguido Última Hora de Ibiza y Formentera. Enhorabuena por atreverte a criticar a entrenadores multimillonarios y por publicar informaciones que nadie se atreve aunque sean verdad. Y enhorabuena por lucir orgulloso tu apellido: Malo.