La elección de Balti Picornell como nuevo presidente del Parlament debería cerrar la prolongada crisis en la que se ha visto inmersa la institución, provocada por las tensiones internas de Podemos. Durante meses, la Cámara balear ha sido el centro del debate político, pero no por cuestiones relacionadas con sus funciones; al contrario, lo ha sido por disputas partidistas. El proceso de la destituida Xelo Huertas ha provocado serias desavenencias en el Pacte que apoya al Govern que preside Francina Armengol; la reticencias generadas desaparecerán, en buena medida, en función de la actitud que mantenga Picornell como segunda autoridad de Balears.

Dejar atrás la anécdota. Aunque pueda resultar sorprendente, la estética o la profesión de Balti Picornell –carpintero metálico– se han esgrimido como armas arrojadizas en el proceso de negociación para su elección. Ante la opinión pública este tipo de cuestiones son irrelevantes, incluso su manifiesto republicanismo. La cuestión de fondo es la capacidad de dignificar la presidencia del Parlament, ejercer de moderador en el debate político y asumir la representación de una institución depositaria de la voluntad de la soberanía de los ciudadanos de las Islas; estas son las funciones inherentes al cargo que desde ayer ocupa Balti Picornell. Con esfuerzo, trabajo y diálogo –como él mismo señaló en su primera intervención– se hará merecedor de la confianza y el respeto del resto de los grupos parlamentarios y de la sociedad balear.

Prestigiar la institución. Los episodios vividos durante estos meses han mermado el prestigio del Parlament, que ha proyectado una imagen de campo de batalla de luchas personales y partidistas. Incluso con algunos episodios bochornosos que no deberían volver a repetirse nunca más. Picornell tiene, también, una compleja tarea en esta misma línea, lograr que el Parlament sea la caja de resonancia de los problemas reales de la calle. Figura en sus intenciones, el tiempo dirá si lo logrará.