El ascenso meteórico de Podemos está pasando una seria factura a toda su estructura, estatal y regional. Con una sorprendente rapidez –en apenas tres años–, la formación morada está quedando colapsada, víctima, en buena medida, de sus luchas intestinas por el poder. Las disputas entre sus dos principales líderes, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, se acentúan a medida que se aproxima la próxima convención estatal. La situación, lejos de estar acotada, se extiende por toda su estructura y aleja a sus dirigentes de su verdadera función en las instituciones, tanto en el gobierno como en la oposición. Balears, por desgracia, no es una excepción, hasta el punto de dejar en el aire la más que previsible sustitución de la presidenta del Parlament, la crítica Xelo Huertas.

División política y personal. El bloque homogéneo, al menos en su mensaje, que aglutinó Podemos tras las movilizaciones ciudadanas del 15-M se está diluyendo entre las diferentes corrientes ideológicas que conviven en el partido. Una mínima profundidad en el análisis revela que las divergencias van más allá de los simples matices. Entre Iglesias y Errejón hay posiciones antagónicas sobre el papel y la función política que debe tener Podemos en la escena española. El grupo de los llamados ‘anticapitalistas’ serían los terceros en discordia, circunstancia que evidencia que las apariencias de solidez iniciales nunca existieron o que, en todo caso, ahora se expresan con inequívoca rotundidad ante la opinión pública.

Impacto balear. Las desavenencias que impregnan el día a día de Podemos también repercuten en la labor de sus dirigentes en Balears, cuya cúpula se encuentra fragmentada a la hora de encontrar una salida a la forzada expulsión de la presidenta del Parlament, Xelo Huertas. Esta deriva ha provocado la natural alarma entre el resto de socios del Pacte, que ven peligrar la estabilidad institucional y su efecto en la gestión de las principales instituciones implicadas.