La histórica declaración de la infanta Cristina desde el banquillo de los acusados en la vista oral del ‘caso Nóos’ mantuvo la línea argumental de su defensa, a la única que quiso responder. En todo momento, la hermana del Rey se escudó en la confianza con su marido, Iñaki Urdangarin, y en sus asesores para justificar su desvinculación de las supuestas irregularidades fiscales cometidas por la sociedad Aizoon; constituida para canalizar los ingresos de su esposo. Cristina de Borbón se presentó ante el tribunal como una mujer trabajadora, ocupada de la educación de sus hijos y en su labor institucional como entonces integrante de la Familia Real; pero ajena por completo a los negocios y tejemanejes tributarios del cabeza de familia.

Silencio ante Manos Limpias. La Infanta declinó responder al paquete de preguntas preparadas por la única acusación popular que se ejerce contra ella, a cargo de Manos Limpias. El gesto, de clara coherencia procesal para enfatizar la deslegitimación del papel de este sindicato en el procedimiento, evitó una reiteración de evasivas sobre los entresijos de Aizoon, sociedad de la que ella sostiene su desvinculación práctica –a pesar de ser copropietaria al cincuenta por ciento– y de cuya gestión responsabiliza a Iñaki Urdangarin siempre –y éste es no es un detalle menor– con la supervisión técnica de la Casa Real, entonces encabezada por su padre, el rey don Juan Carlos.

Trance amargo. Con independencia de la sentencia final del ‘caso Nóos’, el de ayer fue un trago amargo no sólo para la infanta Cristina, también para la Casa Real, que se ha visto seriamente implicada a tenor de algunas de las declaraciones. En todo caso, el excepcional momento vivido ayer, con el interrogatorio de quien ocupa el sexto puesto en la línea de sucesión a la Corona de España, en el juicio puso de manifiesto que ante la ley –ante la justicia– no caben los privilegios; un logro de nuestro sistema democrático del que cabe destacar su trascendencia como un bien colectivo.