La inminencia de la celebración de las elecciones autonómicas en Catalunya ha incrementado la presión de los grupos defensores de la posiciones antagonistas, a favor y en contra de la independencia. A medida que se aproxima la cita con las urnas, prevista para mañana, aumenta el ruido político y mediático previo al pronunciamiento de los ciudadanos que tiene, en esta ocasión, una trascendencia capital. Después del 27-S se abrirá una dinámica complicada y diferente en las relaciones entre Catalunya y el Estado, aunque su resultado final es, todavía, una incógnita.

Apelar a los sentimientos. Uno de los aspectos más sorprendentes de este último tramo de la campaña es el cambio, casi radical, de la estrategia del Gobierno central y del PP, que sin abandonar los argumentos jurídicos, políticos y económicos en su oposición al independentismo apelan, casi en igual medida al afecto personal y al temor sobre las consecuencias de una hipotética declaración de Catalunya como Estado. Las tesis soberanistas restan importacia a los efectos de la indepenedencia sobre la economía y la vida cotidiana de los catalanes, incluso sosteniendo la posibilidad de continuar como miembros de pleno derecho de la Unión Europea. Un galimatías que sólo confirma la incapacidad de los responsables institucionales en Madrid y Barcelona para hallar espacios comunes de diálogo y acuerdo.

Elecciones autonómicas. Catalunya elige este domingo a los diputados que integrarán el futuro Parlament, aunque no cabe duda de que es la primera etapa de una dinámica que ha hecho saltar muchas alarmas, como lo evidencian los posicionamientos individuales y colectivos, empresariales y sociales a todos los niveles sobre el apoyo o no de la senda hacia la independencia catalana. El sentido plebiscitario del 27-S planea en el ambiente; negarlo es querer cerrar los ojos a la realidad. La responsabilidad recaerá, en apenas setenta y dos horas, en los ciudadanos, cuyo voto determinará la dirección hacia la que quieren que camine Catalunya.