La empresa familiar es aquella en la que el peso de la familia en la propiedad y la gestión es o ha sido esencial, pudiendo adoptar diversas formas, dependiendo de que la familia conserve la totalidad de la propiedad, la comparta con un cierto porcentaje de accionistas ajenos a la familia, y de que la gestión y el control de la compañía sea más o menos independiente y profesionalizado.
Cualquiera que sea la forma que adopten, las empresas familiares son enormemente relevantes en la mayor parte de las economías: por ejemplo, representan el 50% del Producto Interior Bruto de los Estados Unidos, el 60% en la Unión Europea, y el 70% en España, y lo que es casi más importante: son las grandes responsables de la creación de empleo.

En Balears las empresas familiares aportamos un 35% del PIB, y es un hecho que las grandes empresas de sectores como el calzado, la aviación, la comunicación o, ciertamente, el turismo, se han forjado y en su mayoría se mantienen como empresas familiares.

Puedo afirmar que ello es un valor y un activo claro de nuestra economía, y es que entre sus principales ventajas podríamos citar, como concluyen expertos como el Dr. E. Poza, su mayor velocidad y facilidad para adaptarse a los cambios del mercado, respondiendo y anticipándose a las necesidades del cliente (lo cual debo confesar que ha sido siempre mi mayor preocupación). Igualmente, las empresas familiares tenemos una estructura de propiedad más concentrada, lo que normalmente nos permite imprimir una mayor productividad, y la identificación de la familia con la marca y los productos induce una mayor preocupación por la calidad, y un mayor orgullo de pertenencia y vinculación con la empresa. Y, por supuesto, nuestra visión de “largo plazo” es, por definición, una ventaja competitiva a la hora de crear valor para todos nuestros grupos de interés.

Nadie discute hoy que el compromiso y la identificación de los propietarios con sus empresas son mayores en las empresas familiares, y es frecuente incluso que se “vete” la sola mención de la posibilidad de vender la empresa, porque para la familia esta es mucho más que un negocio: es un proyecto familiar de largo plazo que, de alguna manera, adaptándose a las circunstancias, pasará de una generación a otra.

Libres, por tanto, de la presión de los objetivos especulativos o para maximizar el beneficio a corto plazo y salir del accionariado, las empresas familiares nos sentimos, por lo general, más comprometidas con la sociedad y el medioambiente, pues pretendemos seguir operando en su entorno, con legitimidad propia, durante generaciones.

Nuestra realidad no está exenta de retos, sin embargo, como los de conservar y redefinir nuestros valores para enfrentarnos a los cambios acelerados del mundo actual, las estrategias de crecimiento e internacionalización, la evolución de los modelos de negocio y, por supuesto, la gestión exitosa de los procesos de sucesión.